Una infancia
piadosa
Lucas 2:41-52
Este
sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los
pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín,
Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios
digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre
reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Introducción:
Si bien es cierto que la historia de la humanidad
registra los nombres de muchos hombres y mujeres que llegaron a ser personas
ejemplares en algunas áreas de la vida, a pesar de no haber contado con la
dicha de crecer en una familia espiritualmente saludable, lo cierto es que
familias saludables, por lo general, producen hijos saludables, familias con
graves problemas formarán hijos problemáticos.
Recientemente en una investigación que hiciera una
universidad colombiana respecto a las causas que están provocando en los
jóvenes su inclinación hacia el consumo de las drogas, se encontró que más del
50% de los jóvenes universitarios que
caen en este flagelo vienen de familias disfuncionales o que han crecido en
hogares con muchos problemas familiares.
Definitivamente la vida en el hogar es un factor que
ejerce una poderosa influencia en los hijos, para bien o para mal.
Y esto es lo que vemos en el caso de Jesús, el Hijo de
Dios, pero también el hijo del hombre. En su condición humana necesitó de una
familia que lo criara.
En nuestro sermón de hoy veremos un poco más de la
calidad de hogar en la cual creció el niño Jesús.
Para una mejor comprensión de nuestro texto lo
estructuraremos en las siguientes partes:
1. Una familia piadosa v. 41-42
2. Una compañía piadosa v. 43-47
3. Un negocio piadoso v. 48-50
4. Una sujeción piadosa v. 51-52
1. Una
familia piadosa v. 41-42
“Iban sus padres
todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años,
subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta” (v. 41).
Aunque la Ley del Señor demandaba que los varones
judíos debían viajar a Jerusalén para participar de las tres fiestas más
importantes: La Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos (Ex. 23:14-17; 34:22,
23; Dt. 16:16), debido a las grandes distancias que se debían recorrer y la
situación económica de muchas familias, algunos escogieron ir a una sola
fiesta, tal vez la más importante, la de la Pascua.
Este era el caso de José. Él anualmente acudía presto
y con corazón devoto a la fiesta de la pascua. Pero José no iba solo. Aunque la
Ley exigía a los varones asistir a dichas fiestas y no obligaba a las mujeres,
José había decidido que toda su casa serviría al Señor, tal como lo hizo Josué
en medio de un pueblo que se caracterizaba por tener padres descuidados en la
adoración al Señor “Y si mal os parece
servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes
sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los
dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a
Jehová” (Jos. 24:15).
La vida cristiana, la religión pura, la devoción a
Dios debe ser un asunto familiar. Y José había comprendido esto, pues, la casa
o el hogar que es edificado sobre sólidas bases espirituales permanecerá firme
y nunca será destruida. “Con sabiduría se
edificará la casa, y con prudencia se afirmará” (Prov. 24:3).
Siendo José un hombre piadoso y justo, había asumido
con total responsabilidad su labor sacerdotal en casa, de manera que Él no
hallaba pleno deleite en la adoración rendida en el templo del Señor, Él no
hallaba pleno gozo aprendiendo de los grandes maestros de las Escrituras, si su
familia no estaba presente creciendo al mismo tiempo que él.
Por eso José es presentado como un varón justo y
piadoso, pues, esta es una de las características distintivas que presenta la
Palabra de Dios respecto a los hombres que son conforme al corazón del Señor:
Nunca descuidan el crecimiento espiritual de su casa. Dios dijo de Abraham “Porque yo se que mandará a sus hijos y a su
casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y
juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de Él”
(Gen. 18:19).
El santo Job oraba e intercedía por sus hijos
diariamente y ofrecía holocaustos al Señor, esperando encontrar en él la
limpieza de los pecados cometidos por su familia (Job 1:5).
David y Salomón dedicaron buena parte de sus vidas
para instruir a sus hijos en la sabiduría y el conocimiento del Señor. A pesar
de estar tan ocupados en sus labores gubernamentales, ellos supieron aprovechar
el tiempo y guiaron a sus hogares en una vida piadosa y de devoción al Señor.
Salomón instruía a sus hijos en la fe y no descuidaba la vida espiritual de los
suyos, por eso él recomendó a todos los hijos creyentes “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre y no desprecies la dirección
de tu madre” (Prov. 1:8).
También el apóstol Pablo insiste en que las iglesias
locales deben ser cuidadosas a la hora de escoger hombres para el pastorado,
pues, un hombre descuidado en traer a su esposa e hijos a una vida de comunión
con el Señor y obediencia a su Santa Ley, no está cualificado para desempeñar
tan exigente oficio, por eso él dice en 1 Timoteo 3:4-5 que la Iglesia solo
debe fijarse en hombres que “gobiernen
bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el
que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)”.
José, el padre putativo de Jesús, se convierte en un
modelo para todos nosotros los varones creyentes.
Pero de María también podemos decir que era una mujer
piadosa y sujeta, pues, ella encontraba deleite en adorar al Señor y acompañar
a su marido en tan agotador viaje. Sin
caer en los terribles e idolátricos errores del catolicismo romano, María es un
modelo a imitar por las mujeres creyentes de todos los tiempos. Sujeta a su
marido y complacida en adorar al Señor en el templo, a pesar de lo desgastador
que sería para una mujer hacer un recorrido tan largo y en penosas
circunstancias.
Lucas, presenta de esta manera a la familia en la cual
se crió el niño Jesús: Iban todos los
años a Jerusalén a la fiesta de la pascua. No importaba el clima o la
situación económica, no importaba si ese día coincidía con el día del padre o
de la madre, para ellos lo más importante era adorar al Señor siempre, pero de
manera especial en los días que él había establecido.
No sería difícil suponer que esta familia guardaba de
manera devota el día del Señor. Ellos guardaban el Sábado, como la Ley
ordenaba, y suponemos, no sin razón, que José y María entrenaban todos los
viernes en la noche al niño Jesús para que preparara su corazón y mente, de
manera que el Sábado o el día de reposo fuera un día especial dedicado por
completo a la adoración al Señor y el estudio de las Sagradas Escrituras.
De seguro que el hogar donde se crió Jesús tomaba en
serio el día santo del reposo y lo dedicaban, no al ocio, sino a lo que es
correcto hacer en tan hermoso día: adorar y conocer al Señor.
Si José viviera en nuestro tiempo consideraría una
gran afrenta que en su casa la televisión fuese el instructor que preparare el
corazón de nosotros o de nuestros hijos para celebrar el día del Señor. Él
instruiría a su esposa para que haga las compras del mercado en otro día, menos
en el día del Señor, en ese día que debe ocuparse por completo para la
adoración a él y las obras de misericordia. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y
harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas
en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni
tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas, porque en seis días
hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay,
y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo
santificó” (Ex. 20:8-11). “Si retrajeres del día de reposo tu pie, de
hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de
Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu
voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y
yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad
de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado” (Is. 58:13-14).
La resurrección de Jesús inauguró una nueva edad para
el pueblo de Dios, de manera que el día de reposo fue pasado del Sábado al
Domingo, por lo tanto, los creyentes, los miembros del pacto, guardamos con total
devoción este santo día, así como hacía la familia piadosa en la cual se crió
Jesús.
En el verso 42 Lucas dice que Jesús subió con sus
padres a la fiesta de la pascua en Jerusalén, cuando cumplió 12 años, conforme a la costumbre de la fiesta. Cuando
un niño varón cumplía los 13 años, se consideraba que había llegado a la edad
de la madurez y la responsabilidad en cuanto al cumplimiento de los
mandamientos de la Ley del Señor, de manera que desde esa edad los niños
varones debían empezar a asistir a las fiestas más importantes que se
celebraban en Jerusalén. Aunque ellos en sus casas aprendían la Ley del Señor
bajo la instrucción de sus padres, era menester que ya empezaran a cumplir con
todas las exigencias que se requerían para los varones adultos. Desde esta edad
a los niños varones se les denominada “hijos de la ley” o “bar mitzvah”.
De manera, que como un acto de preparación para la
llegada de la adultez en cuanto a la responsabilidad frente a la Ley, cuando
los varones se convertían en miembros plenos de la sinagoga, a los 12 años los
niños eran llevados por primera vez a la fiesta de la pascua.
Cuán cuidadoso era José en obedecer los preceptos del
Señor. Ahora no solo María le acompañaría en los largos peregrinajes a Jerusalén,
sino que también su hijo se uniría a las voces de miles de peregrinos que
entonaban Salmos camino a Jerusalén, la ciudad del gran Rey. Pero esta
transición, de niño a adulto, en cuanto a las responsabilidades espirituales,
no se daba de una manera abrupta, sino que el niño era instruido por sus padres
para tan importante etapa.
Cuánta bendición tienen los hijos cuyos padres son
creyentes y piadosos, de manera que desde que nacen están siendo instruidos
para que en la medida que crezcan asuman su responsabilidad espiritual frente a
la Ley santa del Señor.
Estos padres no son de los que dicen: “oh, no hermano,
no podemos presionarlos para que asistan a los cultos o para que estén
escuchando la predicación tan larga que se da en la iglesia. No, ellos aún son
pequeños, si los presionamos van a irse en contra de la religión, así que mejor
empezamos la instrucción más tarde, cuando ellos logren entender mejor estos
asuntos”. No, los padres que hacen eso muy pronto verán los resultados de sus
descuidos y tendrán hijos a los cuales les será más difícil venir a los cultos
de la iglesia o estar atentos a la predicación de la Palabra.
De seguro que José y María prepararon a Jesús para
este gran día desde su nacimiento. Ellos, al igual que la madre de Timoteo
supieron que no podían descuidarse ni un segundo en la formación espiritual de
sus hijos. Jesús persistió en la enseñanza bíblica que había recibido de sus
padres, en casa “Pero persiste tú en lo
que has aprendido y te persuadiste sabiendo de quién has aprendido; y que desde
la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio
para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” ( 2 Tim. 3:14-15).
Los padres creyentes no solo se preocupan porque sus
hijos desarrollen destrezas intelectuales o artísticas, sino que, a la par con
su desarrollo físico e intelectual, ellos necesitan ser aventajados en las
cosas espirituales.
José no solo enseñó a su hijo el arte de la
carpintería, y de seguro que tanto José como Jesús se esforzaron por hacer su
trabajo de manera que Dios fuera glorificado, sino que consideró de gran
importancia el que fuera entrenado en los asuntos espirituales.
Un niño se convertía en hijo de la Ley a los 13 años,
pero como preparación para tan importante evento en la vida familiar, los
padres acostumbraban a llevar al niño a la edad de 12 años a la fiesta de la
pascua. Esto fue lo que hicieron José y María.
Pero en este cuadro que nos presenta Lucas, no solo
vemos la piedad de José y María, sino la obediencia de Jesús, Era un niño de 12
años. Estaba atravesando una edad que es considerada traumática por algunos
padres, pues, existe la creencia de que
a esa edad los niños, siendo que están pasando de la niñez a la adolescencia,
sufren profundos cambios emocionales, de manera que se tornan un poco rebeldes
a las instrucciones de los padres. Pero esto no debe ser así. Esa edad no
necesariamente tiene que ser un tiempo de rebeldía, sino lo contrario. Siendo
que el niño ahora pasará a una etapa de mayor madurez, entonces es cuando
requiere escuchar con más dedicación las instrucciones de sus padres.
En esa edad es cuando más debe obedecer el consejo del
sabio proverbista: “Oye, hijo mío, la
instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre; porque
adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello” (Prov. 1:8-9).
El joven Jesús no rehusó las instrucciones de sus
padres, y con gozo aceptó ir a Jerusalén. Él había aprendido que la mayor
complacencia de un judío debía estar en amar la habitación de la casa de Dios.
De seguro que a los 12 años ya su alma pura deseaba estar en la casa de su
Padre y con el salmista debía orar “Como
el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el
alma mía. Amo Jehová las puertas de Sion más que todas las moradas de Jacob. Yo
me alegré con los que me decían: a la casa de Jehová iremos. Nuestros pies
estuvieron en tus puertas, oh Jerusalén” (Sal. 42:1; 87:2; 122:1,2).
No podemos imaginar siquiera cuál sería la emoción de
este niño piadoso al contemplar los enormes edificios que constituían el
impresionante templo de Jerusalén, al ver a los doctores de la Ley, los cuales,
versados en las Sagradas Escrituras la enseñaban a los demás.
¿Qué sintió su alma inquieta al ver los rituales de
sacrificios de animales en el templo? Todo esto era alimento para su corazón,
pues, un día, él mismo sería el cordero pascual que sacrificado en una cruz
daría su sangre para redimir, no solo a los primogénitos, sino a todos los
escogidos de Dios.
Aplicaciones:
- Apreciados padres que escuchan esta predicación,
nuevamente hemos sido heridos por la Palabra del Señor, ella nos confronta y
nos reta a cumplir con nuestras responsabilidades espirituales para con
nuestros hijos. Sigue el ejemplo de José, quien animaba a su esposa María para que
le acompañara en sus visitas al templo. En ese tiempo las mujeres no estaban
obligadas a asistir a las fiestas en Jerusalén, pero José no quería disfrutar
solo de los manjares espirituales que se recibían en su casa, sino que animaba
a su piadosa esposa para que asistiera, y ella lo hacía con total entusiasmo.
José y María se regocijaron cuando su hijo pudo acompañarlos a las fiestas
sagradas, de manera que lo prepararon e instruyeron para que asumiera con total
responsabilidad su vida bajo los preceptos divinos. Apreciado hermano, si tu
esposa no quiere venir a los cultos, anímala, conquístala, ora por ella, no
estés completamente tranquilo viniendo tu solo a los cultos. Ella también necesita
del Señor. Apreciado padre, no dejes a tus hijos en casa en el día del Señor,
siendo instruidos por el diablo a través de la televisión o los amigos de la
calle. Que tu corazón no esté completamente tranquilo mientras no puedas ver a
toda tu casa adorando y sirviendo al Señor.
- El matrimonio es un estado vital para el ser humano.
Tiene un gran efecto sobre las almas de los cónyuges. Los dos pueden ayudarse a
crecer o a decrecer, a acercarse al cielo o al infierno. Nosotros somos
afectados por las compañías con las cuales andamos, aprendemos sus mañas o sus
virtudes, y esto es más notorio en el matrimonio. “Todos los que están casados
o piensan en casarse deben valorar bien estas cosas. Deben tomar ejemplo de la
conducta de José y María, y decidir hacer lo mismo. Deben orar y leer la Biblia
juntos, e ir a la casa de Dios juntos y hablarse el uno al otro acerca de
cuestiones espirituales. Sobre todo, deben cuidar de no poner obstáculos y
estorbos en el camino del otro acerca de los medios de gracia”[1].
- Apreciado niño y joven que has escuchado esta
predicación, ¿Amas estar en la casa del Señor que es la Iglesia del Dios
viviente? ¿Te deleitas cuando tus padres te dicen que van a asistir al culto en
el día del Señor o al culto de oración? O por el contrario ¿te identificas con
aquellos desobedientes e impíos que aman más las cosas de este mundo, las
cuales conducen a la muerte o la destrucción? Recuerda que si no amas la casa
del Señor y sus cultos, entonces amarás las moradas de maldad donde los hombres
cultivan su propia destrucción. ¿Cuáles son tus preferencias en el día del
Señor, el domingo? ¿La televisión, dormir hasta tarde, salir al parque, salir
de paseo, el ocio? O como el joven Jesús ¿Amas levantarte temprano para estar a
tiempo en el culto y compartir con el resto de creyentes el gozo de adorar y
conocer al Señor? ¿Amas cantar salmos e himnos a su nombre en el culto? O
¿Vienes como un espectador que se sienta indiferente a contemplar como los
demás cantan y oran al Salvador? No imites lo malo, sino lo bueno. Imita al
joven Jesús, quien siempre buscó las mejores compañías, no las peores. Él
buscaba estar cerca de sus padres y de aquellos que le ayudaran a cultivar un
espíritu piadoso, amante del Padre celestial. No sigas la corriente de este
mundo ni la compañía de aquellos niños o personas que piensan que la vida
cristiana es aburrida o tonta, recuerda que ellos no quieren tu bienestar,
buscan tu destrucción. Pero hay uno que vino a dar vida y vida en abundancia,
ese es Jesús, el Salvador del mundo. Acude hoy a sus pies por medio de la
oración, suplica su misericordia, que te dé el perdón de tus pecados y te
conceda un corazón amante de lo bueno, de lo puro, de aquello que es para la
verdadera edificación.
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