Cualidades
esenciales de un pastor reformado
Y os daré pastores según mi
corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia. Jer. 3:15
Por:
Julio César Benítez
La Iglesia es la institución
divina que tiene la misión de avanzar el Reino de Cristo en este mundo. Ella y
sólo ella ha recibido la autoridad de Dios para ocuparse de esta sagrada
empresa. La misión de llevar el evangelio a todo el mundo haciendo discípulos
de Cristo consiste principalmente en la predicación del mismo y la constitución
de iglesias bíblicas donde los salvos puedan crecer en el carácter de Cristo.
Él éxito de esta ingente
empresa depende, en última instancia, de Dios mismo, quien diseñó un plan
perfecto para salvar, santificar y glorificar a la inmensa multitud escogida
por gracia, la cual vendrá efectivamente a Cristo en búsqueda de salvación. No
obstante, las Escrituras, en lo que toca a la vida de la iglesia y muchos
aspectos de la vida en la tierra, siempre nos presenta el lado de la soberanía
divina, y el lado de la responsabilidad cristiana. Las dos cosas van de la
mano, y aunque aún no encontramos la manera perfecta de reconciliar estas dos
verdades que corren paralelas a lo largo de todas las Escrituras, creemos que
están en armonía con la revelación que Dios ha hecho de su plan. Por lo tanto,
la misión de la iglesia avanzará o se estancará, también, de acuerdo a la
responsabilidad que ella asuma en su sagrado rol. Las iglesias locales son
responsables ante Dios por la diligencia o negligencia en el cumplimiento de su
deber.
Para el cumplimiento de esta
sagrada misión Dios ha dotado a la iglesia, desde el Antiguo Testamento, con
dones-hombres que la conducen y guían en el propósito divino. Ella es comparada
con un rebaño de ovejas que necesita ser conducida al valle de verdes prados
donde se alimentarán de los pastos provistos por el Pastor eterno. A los que
son dotados por Dios para guiar al rebaño (la iglesia) se les llama “pastores”,
pues, ellos, al igual que los pastores en el campo, velan por la buena salud de
las ovejas.
Indudablemente la energía y
empeño que una iglesia tenga para ser lo que Dios diseñó que ella fuera,
depende, en gran medida, de la vitalidad que todos puedan recibir a través de
los varones que Dios encargó para que fueran sus pastores. Un pastor pasivo,
tranquilo, descuidado y centrado en sí mismo producirá una iglesia con las
mismas características. Un pastor espiritual, gozoso en el servicio a Cristo,
humilde, abnegado, desinteresado, que se niega a sí mismo y está dispuesto a
tomar el yugo de Cristo, también hará que la iglesia local donde Dios le puso
ande en la misma senda.
Las iglesias locales son lo
que son, en gran medida, por lo que son sus pastores. Como dice Richard Baxter,
dirigiéndose a los pastores: “Cuando fijas tu mente en las cosas santas de
arriba, tus feligreses probablemente participarán del fruto. Tus oraciones,
alabanzas y doctrina les serán dulces y celestiales. Probablemente se darán
cuenta cuando has pasado mucho tiempo con Dios; lo que más ocupa tu corazón
resonará más en sus oídos. Confieso que lo digo por mi propia experiencia
lamentable; declaro ante el rebaño el malestar de mi propia alma. Cuando dejo
enfriar mi corazón, la predicación resulta fría; cuando estoy confuso, la
predicación también. Observo a menudo en el mejor de mis oyentes que cuando me
he enfriado en la predicación, ellos también se enfrían; y las próximas
oraciones que escucho de sus labios se parecen demasiado a mi predicación.
Somos las nodrizas de los pequeñuelos de Cristo. Si no nos alimentamos bien,
les dejamos morir de hambre; pronto se les verá adelgazar, y cumplirán
torpemente con su deber. Si dejamos enfriar el amor, no podremos avivar el
suyo. Si descuidamos nuestro temor santo y el cuidado, será evidente en la
predicación, y si no resulta evidente en la materia, en la manera de hacerlo
sí. Si nos alimentamos de errores o controversias inútiles, nuestros oyentes
padecerán por ello. Pero si abundamos en la fe, en el amor y en el celo,
rebosarán y refrescarán a la congregación, y se verá cómo aumentan en ellos las
mismas virtudes.”[1]
Las múltiples necesidades y
retos que ofrece la sociedad en general y el mundo neo-evangélico de hoy,
requiere de pastores dotados por el Espíritu Santo con sus dones y gracias para
impactar poderosamente a las iglesias locales con el verdadero Evangelio de
Cristo, y desde allí, impactar al confuso mundo evangélico y a la sociedad de
nuestro tiempo.
Nos encontramos insertos en
una sociedad cristiana que cada día se aleja más y más de los principios
bíblicos. La apostasía es el pan diario en un alto porcentaje de las
denominadas iglesias evangélicas o cristianas. Frente a este reto las iglesias
reformadas tenemos la responsabilidad de proclamar el mensaje evangélico que
caracterizó a Cristo, los apóstoles y los santos a través de la historia de la iglesia. Es nuestro deber hacer brillar
la luz del evangelio de Cristo a través de nuestras congregaciones locales, no
sólo en una labor apologética defensiva, sino en la vivencia piadosa de la fe
cristiana.
Hay mucha confusión en el
mundo evangélico latinoamericano, hay mucho desorden, desvío, apostasía e
impiedad; pero el Señor aún conserva para sí un remanente santo que guarda
celosamente la doctrina pura contenida en las Sagradas Escrituras.
Latinoamérica ha sido un
continente entregado al Catolicismo Romano, en su versión más supersticiosa y
popular, lo cual le ha constituido en un baluarte de la miseria que genera una
religión nublada por sus mitos, leyendas, fábulas, experiencias místicas e infructuosas,
veneración de reliquias, oraciones a los muertos, y un culto velado a múltiples
ídolos. Hace más de un siglo llegó el evangelio verdadero a nuestras tierras a
través de algunas misiones presbiterianas y reformadas, pero pronto éstas
decayeron en el liberalismo procedente de EEUU y Europa o el pentecostalismo
que en poco tiempo invadió nuestros territorios, sembrando sus doctrinas
neo-místicas mezcladas con el verdadero evangelio.
Nuestro continente no ha
tenido un encuentro real con el poder transformador del Evangelio de las
doctrinas de la gracia, es decir, el evangelio de Cristo, de Pablo, de los
padres apostólicos, de los reformadores y de los puritanos. Estamos invadidos
de una falsa espiritualidad centrada en las emociones, vacuidades, ilusiones,
fantasías y experiencias místicas de una religión pluralista, animista y
fetichista.
Pero gran parte de la
responsabilidad de este estado de confusión recae sobre aquellos que se
denominan líderes, pastores o ministros de culto. Como se dijo al principio, la
iglesia es lo que es, en parte, por lo que son sus líderes o pastores.
El tiempo de los jueces, en
el pueblo de Israel, fue un período marcado por la decadencia espiritual del
pueblo, hasta el punto que la Biblia dice que “cada uno hacía lo que bien le parecía”(Jueces 17:6). La idolatría,
la inmoralidad y la religión falsa se habían extendido en el pueblo que se
supone debía ser luz, cabeza y guía de las otras naciones. Pero no era algo
gratuito, pues, aunque Elí se había conservado puro, tanto en doctrina como en
piedad, el resto de pastores de Israel andaban conforme a los deseos
pecaminosos de su corazón: “Los hijos de
Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová” (1 S. 2:12).
El sacerdocio se había prostituido, los que debían ser líderes en santidad,
conocimiento bíblico, piedad y búsqueda de Dios estaban en un estado de miseria
espiritual, amor a las cosas de este mundo, vanidad y lujuria. El carácter de
sus pastores influenció la calidad moral del pueblo.
Líderes mundanos y
materialistas, engendrarán iglesias mundanas y materialistas. Líderes descuidados
en la evangelización, engendrarán iglesias apáticas al evangelismo. Líderes
orgullosos, faltos de amor y perdón, engendrarán iglesias de la misma condición
espiritual.
Una verdadera reforma de la
iglesia, un verdadero avivamiento espiritual y un verdadero avance del Reino de
Cristo en Latinoamérica requiere más que campañas masivas de evangelismo,
programas orientados a la conquista de los jóvenes a través de música
atrayente, e incluso, requiere más que la simple propagación de las doctrinas de
la gracia a través del internet, la radio o la literatura.
El verdadero avivamiento que
se necesita en nuestra iglesia latina debe empezar por el establecimiento de un
liderazgo centrado en los principios bíblicos, en Dios, en Cristo, y no en los
logros humanos, el poder carnal de un conocimiento orgulloso o el mezquino
interés personal en el poder, el dinero o la fama.
Y cuando digo esto no me
refiero únicamente a los líderes del movimiento neo-carismático, pues,
encontramos estos intereses carnales también dentro del liderazgo de iglesias
más históricas, e incluso, es posible encontrarlos en iglesias de doctrina
reformada.
Precisamente, quiero
dirigirme de manera especial al liderazgo evangélico reformado, aquel que puede
ser usado como un instrumento para un verdadero avivamiento en nuestro
continente, pues, si no nos amoldamos a los principios bíblicos del liderazgo
cristiano, entonces sólo seremos instrumentos para que las doctrinas de la
gracia se propaguen sin el poder efectivo que estas doctrinas tienen para
transformar las vidas, iglesias y sociedad en general.
Un liderazgo reformado,
débil en el carácter moral, espiritual y ético que las Escrituras requieren, no
será más que una trompeta bulliciosa arrojando un sonido incierto o un latón
hueco que causa alboroto; o una doctrina hermosa que no produce creyentes
santos.
La gran debilidad espiritual
del pueblo de Israel no se encontró tanto en la falta de conocimiento
doctrinal, pues, eran expertos en recitar la Torah y las tradiciones de los
ancianos; su miseria espiritual se debió, en gran medida, por tener un
liderazgo o pastores mediocres en la vivencia de la piedad. Es por eso que el
Señor promete a su pueblo que él mismo se encargará de darles líderes o
pastores que manifiesten el verdadero carácter del pastor Eterno, él dice: “Y os daré pastores según mi corazón, que os
apacienten con ciencia y con inteligencia” (Jeremías 3:15).
Quisiera que analizáramos, a
la Luz de las Sagradas Escrituras, qué es ser un pastor conforme al corazón de
Dios, los cuales tendrán el poder espiritual de apacentar con ciencia e
inteligencia espiritual al rebaño, los cuales serán generadores de verdadero
reforma en medio de una cristiandad cada vez más materialista y mundana.
Y para conocer cómo es un
pastor conforme al corazón de Dios, necesitamos mirar a los verdaderos pastores
que nos presenta la Biblia: en primer lugar miraremos al buen pastor, Jesús, y
luego a algunos de los pastores universales, los apóstoles.
Un pastor reformado debe
imitar al Pastor de los pastores, a Jesús, quien nos mostró el modelo del
verdadero pastor bíblico.
En el capítulo 10 de Juan,
el Señor Jesús se presenta como el buen pastor que Israel estaba esperando. “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su
vida da por las ovejas” (Juan 10:11). Antes de él muchos líderes se habían
levantado en Israel ofreciendo paz y liberación, pero ellos realmente estaban
interesados en su propia gloria, su propio bienestar y provecho. Específicamente
Jesús establece el contraste entre él como pastor y los fariseos, que también
fungían como pastores o líderes espirituales en Israel.
En el capítulo 9 de Juan
encontramos a los fariseos, líderes religiosos de Israel, expulsando de la
sinagoga a un ciego que había sido sanado por Cristo. Estos pastores no tenían
interés alguno por las personas más pobres o sufridas de las sinagogas, sólo
les interesaban sus estudios, su dominio en el conocimiento de las tradiciones
de los ancianos, mantener intactas ciertas prácticas ancestrales que nada
tenían que ver con el verdadero culto a Dios o la verdadera religión.
Como dijo Cristo de ellos,
amaban la gloria mundana y el ser reconocidos como pastores espirituales,
aunque en el fondo no tenían preocupación alguna por las almas de las personas.
Ellos amaban la ortodoxia doctrinal pero no amaban realmente a Dios, ellos
hablaban de Dios y ponían reglas muy estrictas sobre las personas, dando a
entender que les preocupaba la santidad de Dios, pero realmente no tenían temor
del Señor. Hablaban de amor y perdón, pero ellos se consideraban superiores a
esta ley y creían que por ser líderes o pastores tenían el derecho de no amar o
no perdonar o violar la ley de Dios conforme los intereses del “ministerio” lo requirieran.
En agudo contraste, Jesús,
el buen y verdadero pastor, busca la oveja perdida, se interesa más por los
pobres y desvalidos, por aquellos que nada podían aportar al engrandecimiento
del reino. Él buscó al hombre que había sido expulsado de la sinagoga y le
mostró su gracia y amor.
Es por eso que ahora en el
capítulo 10 él habla del verdadero pastor. En esta alegoría él se presenta como
aquel que realmente está interesado en la salvación del pecador, la
restauración del que se había desviado y el alivio del que sufre.
La figura de Dios como
pastor no es exclusiva del Nuevo Testamento, pues, ya en el Antiguo Pacto el
Señor había usado esta alegoría para hablar de su tierno cuidado por el pueblo
escogido. Hay muchas referencias de Dios como pastor: “Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me
hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará” (Sal. 23:1-2); “Y nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu
prado, te alabaremos para siempre” (Sal. 79:13); “Oh pastor de Israel, escucha; tú que pastoreas como ovejas a José”
(Sal. 80:1); “Porque él es nuestro Dios;
nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano” (Sal. 95:7); “Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré
aprisco, dice Jehová el Señor” (Ez. 34:15).
Es muy seguro que Dios
escogió la figura del pastor para referirse al cuidado que él tiene de su
pueblo porque era algo muy conocido en Israel. Ellos sabían que las ovejas son
animalitos muy torpes, que si se les deja sin un pastor o guía tienen la
tendencia natural a descarriarse, perderse y morir presa del frío, hambre o las
fieras; por lo tanto ellas necesitan siempre de un pastor: “Yo anduve errante como oveja extraviada:
busca a tu siervo” (Sal. 119:176); “Todos
nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas
Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6). El pueblo de
Dios, desde el Antiguo Testamento se vio como un rebaño: “Y nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu prado, te alabaremos para
siempre” (Sal. 79:13).
También en el Nuevo
Testamento Jesús utiliza la figura del rebaño para referirse a su Iglesia. A
Pedro, Jesús le ordenó: “Apacienta mis
corderos” (Juan 21:15), “pastorea mis
ovejas” (v. 16), “Apacienta mis ovejas”
(v. 17). Él llamo a sus discípulos “manada
pequeña” (Lc. 12:32). El apóstol Pablo exhortó a los ancianos de la iglesia
en Éfeso para que cumplieran con su oficio de guía diciéndoles: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el
rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la
iglesia del Señor”, pues, deben protegerlo de los “lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño” (Hch. 20:28-29). Es
interesante notar que “el vocablo griego para “rebaño” es un diminutivo, un
término cariñoso, y significa “el precioso rebaño de Dios” que ha sido comprado
con la sangre de Cristo”.[2]
En la alegoría de Juan 10
Jesús se presenta como modelo de un buen pastor, de la misma manera como el
Padre lo había hecho en el Antiguo Testamento. Y es mucho lo que nosotros, los
que nos consideramos pastores de la Iglesia de Jesucristo, podemos aprender de
él, imitando su pastorado y el carácter moral y espiritual de su ministerio.
En
la enseñanza de Jesús podemos ver que hay buenos y malos pastores.
Hay pastores tiernos y amorosos con sus ovejas, y hay pastores que las
maltratan. Dios se presenta como modelo de un pastor bueno y tierno: “Como pastor apacentará su rebaño; en su
brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a
las recién paridas” (Is. 40:11).
Jesús es el pastor tierno
que se preocupa por cada una de sus ovejas y está dispuesto a abandonar su
comodidad con el fin de rescatar a la que se ha extraviado, es un pastor que no
está interesado en los números o en las ovejas más robustas o más lanudas: “Entonces él les refirió esta parábola,
diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de
ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras las que se perdió,
hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y
al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo,
porque he encontrado mi oveja que se había perdido” (Lc. 15:3-6).
Por el contrario, los malos
pastores no son tiernos, no son amorosos y no se preocupan sacrificialmente por
sus ovejas. “!Ay de los pastores que
destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! Dice Jehová. Por tanto, así ha
dicho Jehová Dios de Israel a los pastores que apacientan a mi pueblo: Vosotros
dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado”
(Jer. 23:1-2). “Hijo de hombre, profetiza
contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho
Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos!
¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la
lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecéis
las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis
al redil la perniquebrada, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y
con violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las
fieras del campo, y se han dispersado” (Ez. 34:2-5).
El cuidado tierno del pastor
busca evitar que las ovejas sean presa del enemigo, de los peligros y
asechanzas del ambiente. Él no está pensando en su buen nombre, su fama, el
dinero que le pagan o en su propia comodidad, sino que se arriesga y lucha
librando a sus ovejas de cualquier peligro espiritual. El rey David es un
modelo de pastor tierno y arriesgado: “David
respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando
venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él,
y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba
mano de la quijada, y lo hería y lo mataba” (1 Sam. 17:34-35). Un pastor
centrado en sí mismo, en su comodidad, placer, poder y nombre, causará gran
aflicción a las ovejas: “el pueblo vaga
como ovejas, y sufre porque no tiene pastor” (Zac. 10:3).
En al Antiguo Testamento
Israel tuvo muchos pastores: los patriarcas, los jueces, los jefes de familia,
los profetas, los escribas, los doctores de la ley, los reyes y gobernantes;
pero en el Nuevo Testamento el pueblo de Dios tiene un pastor celestial, uno
que no evade su responsabilidad, a quien no se le perderá una sola oveja por
muy torpe que ella sea: “Y levantaré
sobre ellas a un pastor, y él las apacentará, y él les será por pastor”
(Ez. 34:23).
Pero a este Pastor eterno le
ha placido, también en el Nuevo Testamento, dar hombres que guíen al rebaño, a
los cuales se les llama “pastores” (Ef. 4:11). No obstante, el oficio o
ministerio (servicio) de pastor en la Iglesia es derivado o delegado por el
Príncipe de los pastores. A él le plació dotar a algunos hombres con ciertos
dones o herramientas espirituales que les permitiera ejercer, por extensión, el
oficio pastoral de Cristo y de Dios el Padre.
De manera que los verdaderos
pastores consideran su oficio como un inmerecido privilegio, en el cual
nosotros seremos los brazos de Cristo, el buen pastor, que busca la oveja
descarriada, que venda y cura a la oveja herida, que cuida tiernamente de cada
una de ellas, sabiendo que nosotros no somos pastores por nosotros mismos, sino
en dependencia del Príncipe de los pastores a quien un día rendiremos cuenta de
nuestro ministerio; como dijo el autor de Hebreos: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan
por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta” (Heb. 13:17). Los malos
pastores, los que no fueron un reflejo del verdadero pastor, recibirán juicio,
condenación y vergüenza, más los buenos pastores, los que imitaron a Cristo en
su servicio a las ovejas recibirán “la
corona incorruptible de gloria” (1 P. 5:4).
Es por eso que el apóstol
Pedro, quien era un pastor universal de la Iglesia de Cristo, exhorta a los
pastores en el Nuevo Testamento a ejercer su oficio no pensando en una
recompensa material (aunque Pablo enseñará que las iglesias son responsables de
sostener materialmente a sus pastores), sino que lo hagan con ánimo pronto y
sinceridad de corazón: “Ruego a los
ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de
los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será
revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella,
no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo
pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino
siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el príncipe de los pastores,
vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 P. 5:1-4).
Una de las funciones
principales de los pastores es apacentar a las ovejas, es decir, conducirlas a
un campo donde haya pastos. Esta palabra tenía un profundo significado en la
cultura oriental, pues, a diferencia de nuestros verdes y fértiles campos latinoamericanos,
donde es fácil hallar pasto en cualquier lugar; los pastores de Israel debían
caminar largos trayectos en medio de rocosas y estériles colinas, hasta que
encontraran un pequeño campo lleno de verdes prados. Apacentar es alimentar,
pero para dar un buen alimento toca caminar largos y difíciles trayectos, y
esto implica el largo camino del estudio bíblico, la preparación teológica, el
estudio de la homilética, la hermenéutica y, si es posible, las lenguas
bíblicas. Esto implica el largo camino de interpretar a cabalidad el pasaje que
se expondrá el domingo siguiente, hasta encontrar en él el verde y tierno pasto
que alimentará las almas hambrientas de las ovejas del Príncipe de los
Pastores. Un pastor tierno y cariñoso no escatimará esfuerzo alguno por proveer
a las ovejas el mejor alimento posible, el cual no procede de prácticas
irresponsables como: dejar para el sábado la preparación del sermón, enseñar
basado en experiencias personales, sueños o supuestas visiones, descuidar el
estudio responsable de las reglas para la correcta interpretación de un texto,
entre otros.
Pero “la palabra apacentad significa más que simplemente
“alimentar”. Se nos dice que el deber del pastor es triple: proveer pasto,
senderos hacia el pasto, y protección a lo largo del sendero hacia el pasto.
Implica pues, más que predicar… El pastor ha de instruir y guiar a la grey en
una gozosa obediencia a la voluntad total de Dios.”[3]
Un pastor bíblico no se
apacienta a sí mismo, sino a las ovejas. Y esta exhortación de Pedro tiene como
objetivo evitar lo que había sucedido con los pastores en la Iglesia del
Antiguo Testamento: “!Ay de los pastores
de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los
rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, más
no apacentáis a las ovejas” (Ez. 34:2-3). Muchos pastores olvidan que se
trata de la Grey de Dios, no es propia, no son sus ovejas, no son su propiedad,
le pertenecen a Dios, nosotros no podemos usarlas para nuestro provecho
personal, pues, un día rendiremos cuenta ante el dueño del rebaño.
No obstante, hay otro
sentido en el cual debemos ver a las ovejas como si fueran nuestras, en el
sentido de que nos preocuparemos sinceramente por la salud y el bienestar
espiritual de cada una de ellas. Son como nuestras en el sentido de que las
vamos a cuidar “no por fuerza, sino
voluntariamente, no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto”. Las
debemos ver como propias, porque no las vamos a cuidar simplemente por temor al
juicio que Dios derramará sobre los pastores infieles, sino con el mismo ímpetu
y fervor con el cual nos cuidamos a nosotros mismos y cuidamos nuestras
posesiones; no porque ellas nos vayan a dar algún rédito, sino porque nos
interesamos sinceramente por sus almas, por sus vidas.
El pastor bíblico y tierno
no procura las ganancias deshonestas,
o como dijo Pablo “no codicioso de
ganancias deshonestas”, es decir, él no pastorea por el pago que le hagan,
él no es un asalariado, el ánimo de su trabajo no depende de si le pagan lo
suficiente o no, es más, hará grandes sacrificios con el fin de que la Grey de
Dios siga avante. Un pastor bíblico no exigirá que le paguen un sueldo más
justo, sino que servirá con abnegación al Príncipe de los pastores, quien no lo
dejará ni lo abandonará, sino que suplirá para todas sus necesidades.
Obviamente, toda iglesia local es responsable de sostener a sus pastores, y
esto deben hacerlo con alegría y de una manera abundante (Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor,
mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” 1 Tim. 5:17); pero la
calidad de su trabajo no debe depender de la calidad del sueldo, pues, de lo
contrario obrará de manera opuesta al Pastor de los pastores quien da su vida
por sus ovejas “Mas el asalariado, y que
no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja
las ovejas y huye…, así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le
importan las ovejas” (Juan 10:12, 13).
Pero, otra cualidad que
tiene el tierno pastor bíblico es que, aunque se preocupará y trabajará por el
bienestar de las ovejas como si fueran propias, él mismo reconoce que es una
oveja más del único y verdadero Pastor, que ha recibido el honroso encargo de
sub-pastorear; pero él mismo no se impondrá ni usurpará la autoridad que le
pertenece al verdadero pastor. Este pastor es tan tierno que evitará cualquier
actitud opresiva, tirana y dominante, por eso el apóstol Pedro dice: “no como teniendo señorío sobre los que están
a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey”. Esto significa que el
pastor no irá detrás de las ovejas, sino delante de ellas, como modelo
mostrando con su ejemplo lo que ellas deben ser y hacer. “!Qué gran ideal! ¡y qué responsabilidad!
Nuestro cometido es mostrarle a la gente la paciencia, el perdón, el amor
buscador, el servicio ilimitado de Dios. Dios nos ha asignado una tarea y
nosotros debemos cumplirla como Él lo haría. Ese es el supremo ideal de
servicio, en la Iglesia Cristiana.”[4]
Aplicaciones:
Amado joven que estás
preparándote para el oficio pastoral, lo que anhelas es una labor muy honrosa,
pues, deseas ser un representante del Pastor Eterno, y no hay nada más glorioso
que eso en la tierra. Algunos amigos tuyos llegarán a ser grandes empresarios,
docentes universitarios, científicos e investigadores, grandes escritores o
políticos prominentes; todos ellos serán admirados por el mundo. Pero tú
humilde labor será como la de un sencillo pastor de ovejas que está dispuesto a
pasar el día bajo el sol abrazador, o la noche bajo la fría lluvia, o caminar
entre las peligrosas peñas y el lodo pegajoso de los valles; todo, con el fin
de rescatar, curar, vendar, guiar y cuidar a las ovejas del Gran Pastor, las
cuales les costó su propia sangre, su propia vida. En esta tierra no tendrás
glorias ni honores, incluso, ni siquiera recibirás el agradecimiento de todas
las ovejas que has cuidado; pero nunca olvides que cuando somos pastores de la
grey de Dios, él mismo se encargará de darnos la recompensa, y si cumples tu trabajo
en dependencia de su abundante gracia, un día recibirás “la corona incorruptible de gloria” (1 P. 5:4).
Pero nunca olvides que
aunque tu servicio es la dignidad más honrosa que ser humano pueda tener, no
eres más que un humilde y sacrificial pastor. Un pastor que huele a oveja, un
pastor que huele a campo, a labor, a sudor. Un pastor entrenado en la lucha
diaria contra los lobos rapaces, un pastor con las manos talladas por el uso
del cayado y la vara, un pastor experimentado en lágrimas y clamor por la oveja
extraviada, un pastor con los ojos cansados por las largas noches en vela
preparando el alimento para las ovejas y vigilando para que los salteadores y
ladrones no causen daño al redil.
Más, para ser un buen pastor
se necesita tiempo. “No es fácil en absoluto que un joven llegue a ser pastor,
y no debe desanimarse si no llega a serlo en un día, o en un año. Puede ser un
orador sin dificultad. Puede convertirse en reformador en un momento. Criticar
la política y la sociedad puede convertirse en un negocio floreciente para el
primer domingo. Pero solo puede llegar a
ser pastor lentamente, y eso recorriendo con paciencia el camino de la cruz
(David C. Deuel)”.[5]
Amado joven, no podrás
llegar a ser un buen pastor sino desarrollas el amor por las ovejas. No olvides
que esta tarea no será fácil, pues, tratar con torpes ovejas traerá muchos
problemas. En ocasiones aconsejarás una y otra vez a dos ovejas casadas, y
persistirán en sus pecados de rebelión y por mucho que las alimentas con la
Palabra de Dios no entrarán en razón, lo cual te causará mucha frustración al
punto de querer tirar la toalla o llegarás a pensar que a lo mejor tú no eres
un pastor; pero no desmayes, el buen pastor lo intentará una vez más, hasta que
las ovejas descarriadas sean encarriladas. En otras ocasiones hallarás que esas
ovejitas a las cuales has ayudado se van en contra tuya. Usarán su lengua no
para cantar las alabanzas al Señor, sino para sembrar cizaña en tu contra. Esto
romperá tu corazón, y derramarás lágrimas junto con tu esposa e hijos; pero no
olvides que lo mismo hicieron con Cristo, pero él no abdicó de su
responsabilidad, sino que estuvo dispuesto a morir por amor a ellas.
No olvides que cuando
asumimos el oficio pastoral, en nosotros se cumple doblemente las palabras de
Cristo “Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23).
[1]
Baxter, Richard. El pastor renovado. Pág. 49
[2]
Kistemaker, Simon. 1 y 2 de Pedro y Judas. Pág. 161
[3]
Taylor, Richard. Comentario Bíblico Beacon: Hebreos hasta Apocalipsis. Pág. 308
[4]
Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Pág. 1004
[5]
MaCarthur, John. El ministerio pastoral. Pág. 269
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