El camino del deber y sus frutos
Proverbios 3:1-12
Este sermón fue
predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la
Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede
compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos,
siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los
créditos respectivos a su autor.
El libro de Proverbios tiene como objetivo
guiarnos por el camino de la sabiduría, pero no de la sabiduría terrena, sino
de la celestial, la sabiduría que caracterizó a nuestro Salvador cuando caminó
por esta tierra.
Por lo tanto, en estos primeros capítulos
nuestro autor está sentando las bases que nos permitirán caminar sin cesar en
la senda del temor del Señor.
Nuestro autor sagrado ya nos amonestó para que andemos
por la senda de la vida, la senda de la obediencia a las instrucciones de los
padres o de los que nos aventajan en sabiduría, y nos exhortó a evitar la senda
de la muerte, de la ignorancia, de la simpleza.
Luego, en el capítulo 2, nos mostró las
excelencias de la sabiduría y sus deliciosos frutos, que nos garantizan una
vida abundante.
Y ahora en el capítulo 3 Salomón nos induce a
caminar por la senda del deber, pues, sin deberes no hay sabiduría, y sin
sabiduría no hay calidad de vida. Quien pretenda tener una vida maravillosa sin
andar por la senda del deber se engaña a sí mismo, pues, al final encontrará la
muerte.
El Espíritu de Dios, a través de Salomón, no
solo nos exhorta a caminar la senda del deber, sino que nos da alicientes para
hacerlo.
1. Ser constantes en el camino del deber es el
camino de la felicidad (v. 1-2)
2. Vestirnos de la bondad y la verdad es el
camino del honor (v. 3-4)
3. Vivir en dependencia de Dios es el camino de
la seguridad (v. 5-6)
4. Conservar el temor de Dios es el camino de
la sanidad (v. 7-8)
5. Servir a Dios con nuestros bienes es el
camino de la prosperidad (v. 9-10)
1. Ser constantes en el camino del deber es el
camino de la felicidad (v. 1-2)
¿Cuáles son estos deberes que caracteriza al
que teme al Señor y en consecuencia obtendrá la verdadera felicidad?
Primer precepto, recordar y guardar en nuestros
corazones las cosas escritas en la Biblia.
“Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón
guarde mis mandamientos. Porque largura de días y años de vida y paz te
aumentarán (v. 1-2).
El autor pide que, en primer lugar, leamos y
andemos conforme a todo lo escrito en el libro de Proverbios. Aquí hay
instrucciones para los padres, para los hijos, para los jóvenes, para los
ancianos, para los solteros, para los casados, para las doncellas, en cómo
criar a los hijos, cómo instruirlos y disciplinarlos, qué se debe tener en
cuenta a la hora de buscar una esposa, cómo hacer negocios que glorifiquen a
Dios, salir o no de fiador, el asunto de los préstamos, hay instrucciones para
el jefe y para el empleado, para el gobernante y para el ciudadano.
Y, en segundo lugar, pero no menos importante,
el llamado es a conocer y obedecer con agrado y de corazón sincero toda la Ley
santa del Señor. Ella no es una carga pesada para el que ama la sabiduría y la
verdadera felicidad.
La mejor forma de no olvidar la ley es obedeciéndola,
pues, quien no vive según ella, la olvida[1]. No debemos ser como los oidores olvidadizos
que menciona Santiago, sino hacedores de la Palabra.
Y el aliciente que nos da el autor para andar
en este deber es que tendremos largura de días y paz, tendremos felicidad.
Hebreos 12:14 “Seguid la paz con todos, y la
santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. La verdadera felicidad es que
estamos viendo al Señor y un día le veremos cara a cara.
Esta largura de días se refiere a calidad de
vida. Puede que algunos santos mueran jóvenes, pero su vida cristiana de
obediencia los llevó a disfrutar una vida abundante, y cuando murieron, lo
hicieron en paz, así los violentos le hayan herido; y luego encontraron la paz
duradera y sin fin.
No conocer ni obedecer estos principios y leyes
del Señor son el anticipo de una vida miserable y ruin.
2. Vestirnos de la bondad y la verdad es el
camino del honor (v. 3-4)
El segundo precepto requiere que vivamos
practicando la misericordia y la verdad.
“Nunca se aparten de ti la misericordia y la
verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón; y hallarás
gracia y buena opinión” (v. 3-4). La vida de calidad se incrementa cuando
unimos la verdad con la misericordia. La verdad es establecida por Dios, y nos
es dada en su Palabra. Su ley Santa es la verdad.
Pero si no unimos la misericordia a la verdad,
entonces, nos volvemos ofensivos, orgullosos, legalistas y fariseos. Pero, la
misericordia sin verdad es hipocresía, es dañina, corruptora y destructora.
Una persona que solo habla y anda conforme a la
verdad es digna de admiración, pero una persona que une la misericordia a la
verdad está llena de gracia y obtiene la mejor opinión.
Estas dos joyas deben ser los adornos más
preciosos que nos identifiquen delante de los hombres, constantemente, que
nunca nos quitemos estos dos collares preciosos. Pero no se trata solo de
apariencias, para buscar el favor de los hombres, sino que deben estar
incrustadas en nuestro corazón, deben ser practicadas con corazones sinceros.
El aliciente que nos da Salomón para cumplir
este precepto es que, al igual que el Señor Jesús, creceremos en gracia delante
de Dios y de los hombres.
3. Vivir en dependencia de Dios es el camino de
la seguridad (v. 5-6)
El tercer precepto requiere depender de Dios y
no de nuestro propio entendimiento.
“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te
apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará
tus veredas.” (v. 5-6).
“Confiar en el Señor es depender de Él para que
nos otorgue su bendición en cada necesidad y para que nos guarde de todo mal”[2].
Este fiarse de Jehová incluye el confiar en
Cristo “mediante el cual creéis en Dios” (1 P. 1:21). Pero también
implica confiar en Dios en todos los asuntos y necesidades de nuestra vida,
porque “sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará
el bien a los que andan en integridad. Jehová de los ejércitos, dichoso el
hombre que en ti confía” (Sal. 4:11, 12).
Esta confianza se fundamenta en la convicción,
de corazón, que Dios es el Todopoderoso, quien puede hacer todo lo que Su
voluntad desea y establece. Los salmos están llenos de esta santa confianza que
debemos depositar en el Señor de la creación.
Si confiamos así enteramente en el Señor,
entonces quitamos nuestra dependencia en las cosas terrenas. “Dividir nuestra
confianza entre Dios y la criatura es apoyarnos con una mano en una roca y con
la otra en una caña quebrada. David ordena a su alma que espere en Dios, porque
su esperanza estaba solo en Él y en nadie más”[3].
Por lo tanto, si confiamos en Dios, no
confiamos en nuestra propia prudencia o nuestra propia opinión. Confiar en
nuestra propia sabiduría humana es confiar en la mentira, en lo vano. Y es que
cuando los hombres “se apoyan en su propia justicia y en sus propias fuerzas en
lugar de depender de las de Cristo, cuando claman a las criaturas en lugar de
clamar al Creador para recibir socorro en las dificultades, o cuando esperan
obtener placer o provecho por medios pecaminosos, entonces es evidente que se
están apartando de Dios a través de “un corazón malo de incredulidad”
(He. 3:12), y están confiando la dirección de su conducta a sus propias mentes
corruptas”[4].
Reconocer a Dios en todos nuestros caminos es
acudir a él en oración y ruegos frente a toda toma de decisiones o frente a
cualquier situación. No queremos hacer nada en nuestra vida sin presentarlo
delante de Dios para que él nos guíe. Orar así implica querer conocer la
voluntad del Señor para cada aspecto de la vida, significa leer su Palabra y
meditar en ella constantemente, tomando nota de cada mandamiento, de cada
instrucción, de cada principio.
Recordemos que Josué y los líderes del pueblo
de Israel confiaron en su propia prudencia frente al caso de los gabaonitas, y
no consultaron a Jehová (Josué 9:14), el resultado fue que hicieron la paz con
un pueblo al que Dios quería destruir.
Por lo tanto, no seamos sabios en nuestra
propia opinión, temamos al Señor y apartémonos del mal, no seamos como el
hombre de Job 11, quien en su vanidad se cree sabio, cuando en realidad un asno
tiene más sabiduría que él: “El hombre vano se hará entendido, cuando un
pollino de asno montés nazca hombre” (Job 11:12).
La ignorancia conduce a su poseedor a tener una
considerable autoestima, por lo que llega a creer que tiene un conocimiento que
nadie puede superar.
En consecuencia, para ser sabios según Dios
debemos empezar considerándonos necios, es decir, abandonar toda confianza en
nuestra propia sabiduría, y dependiendo humildemente del Señor para que Él
ilumine nuestros corazones y dirija nuestros caminos.
Es más común de lo que pensamos fingir que
pedimos el consejo divino, pero en el fondo mantenemos una dependencia oculta
en nuestra propia y terrena sabiduría. Le decimos a todo el mundo que estamos
orando para que Dios nos guíe, pero en realidad queremos hacer lo que ya
planeamos hacer, lo cual es hipocresía.
4. Conservar el temor de Dios es el camino de
la sanidad (v. 7-8)
El cuarto precepto requiere desarrollar el
temor de Jehová si deseamos la sanidad
No seas sabio en tu propia opinión, teme a
Jehová, y apártate del mal; porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para
tus huesos” (v. 7-8).
El temor de Dios, entonces, es el camino para
hacer la voluntad divina, lo cual implica apartarnos del mal. El temor de Dios
es un sentimiento profundo, resultado de conocer obedientemente su Palabra, el
cual nos libra de alejarnos del camino de la verdad.
El resultado de desarrollar este temor de Dios
que nos lleva a no depender de nuestra propia sabiduría es que nos guarda de la
enfermedad corporal y del pecado. Este es el aliciente para cumplir este deber.
“Porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio
para tus huesos” (v. 8).
El temor de Dios es salud para el hombre
exterior y para el interior. “Todo el mundo quiere tener salud, pero el sabio
no solo debe tomar medicamentos para curarse cuando está enfermo, sino también
preocuparse de qué alimentos y qué ejercicios son los más apropiados para
conservar la salud del cuerpo y dar refrigerio a sus huesos. Aquellos que son
sabios espiritualmente tendrán en mente que nuestra vida, nuestro aliento y
todos nuestros caminos están en las manos de Dios, que las enfermedades son sus
siervas, que van y vienen según a él le place (Mt. 8:9), y que la forma más
segura de conservar la salud es caminar delante de él agradándole en todo”[5].
Cuando desarrollamos el temor de Jehová
prevenimos muchas enfermedades de la mente y del cuerpo. Evitamos el estrés
innecesario, evitamos las pasiones dañinas, la ira destructora, la lengua
malvada que no solo daña a los otros sino a nosotros mismos, los vicios de la
carne, y otros males que causan enfermedades sin fin.
5. Servir a Dios con nuestros bienes es el
camino de la prosperidad (v. 9-10)
El quinto precepto requiere que seamos
liberales o amplios en el servicio a Dios.
“Honra a Jehová con tus bienes, y con las
primicias de todos sus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y
tus lagares rebosarán de mosto” (v. 9-10).
Honramos a Jehová con nuestra hacienda o
nuestros bienes cuando reconocemos lo que dijo Cristo “Separados de mí nada
podéis hacer” (Juan 15:5), es decir, todo lo productivo en nuestras vidas
se debe a la gracia de Dios.
Y siendo que nuestros bienes se deben a la
gracia de Dios, entonces, aunque ellos son necesarios para nuestro sustento
terreno, también deben ser dedicados para usos más nobles.
¿Cómo honramos al Señor con nuestros bienes?
Apartando de ellos una proporción razonable para el servicio a Dios. Aunque
Dios no necesita nada de nuestras manos, con el fin de bendecirnos con todas
sus gracias y darnos el privilegio de ser socios en su Reino, nos concede
devolverle a él una parte de lo que nos da para que ayudemos en el sustento de
la iglesia local, de las misiones y de los más necesitados de la iglesia. “¿Podemos
hacer mejor uso de nuestra riqueza, la cual con frecuencia se convierte en un
cepo, y una trampa para los hombres, que servir a Dios con ella y así hacer
amigos por medio de las riquezas injustas (cf Lc. 16:9)?[6]
Cuando honramos al Señor dándole parte de
nuestros bienes, a través de la institución que representa su reino en este
mundo, la iglesia; estamos demostrando la fe que tenemos en su provisión.
Cuando no lo hacemos, actuamos prepotentemente pensando que todo lo que
recibimos o tenemos es nuestro y es el resultado de nuestras fuerzas carnales.
Mas, David, el gran rey y el dulce cantor de
Israel, nos enseña que nada es nuestro, y que cuando le damos al Señor lo
hacemos de lo que él ya nos dio antes: “¿Porque quién soy yo, y quién es mi
pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo
es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Cr. 29:14).
Pero, “si descuidamos este deber, somos
culpables de haber robado a Dios mismo la renta que requiere de nosotros como
arrendatarios suyos. Le deshonramos que amamos más al mundo que su servicio y
que confiamos más en nuestras riquezas… que en sus promesas”[7].
Por lo tanto, el autor nos da un aliciente para
cumplir este deber gozosamente: Y serán llenos tus graneros con abundancia,
y tus lagares rebosarán de mosto. La liberalidad con la que le damos a Dios
de nuestros bienes, atrae la bendición de la Providencia, de tal manera que nos
sorprenderemos por la forma cómo él nos bendice en todos los asuntos de la
vida.
Nadie pierde si cuenta con Dios y nadie gana si
se aparta de él. “La maldición visita a quienes roban a Dios y corrompe sus
bienes como la polilla o los destruye como el fuego (cf. Hag. 1:6;
2:16). La liberalidad abre las ventanas de los cielos, destruye a la langosta
que devora y transforma el campo estéril en tierra de delicias (cf. Mal.
3:10-12)”[8].
No obstante, esta promesa, y otras similares,
no suprimen la realidad de que Dios, en ocasiones, así seamos generosos en el
dar, nos pasará por la vara de su disciplina, como el autor continúa en su
discurso, lo cual estaremos estudiando el próximo domingo.
Conclusiones:
¿Dónde está Cristo en este pasaje? Indudablemente
Jesús es la sabiduría de Dios, y en él encontramos la fuerza para obedecer y
andar en todos estos preceptos. Él anduvo en ellos perfectamente y consiguió
para nosotros la justicia divina. Ahora por el poder de su muerte y resurrección
recibimos los beneficios prometidos en este pasaje, porque en Él somos nuevas
criaturas, llenas del Espíritu de santidad, quien nos lleva a amar los
preceptos divinos, a estar vestidos de verdad y bondad, a confiar en el Señor
de todo corazón y no en nuestras fuerzas, a depender de Su sabiduría y no en la
nuestra, a temer al Señor y apartarnos del mal, y a honrarlo con nuestros
bienes sin tacañería ni tristeza.
Deber |
Aliciente |
Obedecer la Palabra de Dios |
Largura de Dios y paz te aumentarán |
Vestirse de misericordia y
verdad |
Honor delante de Dios y los
hombres |
Confiar en Jehová y no en
nuestra prudencia |
Él enderezará nuestras
veredas |
Temer a Jehová y apartarnos
del mal |
Medicina para nuestro cuerpo
y huesos |
Honrar a Jehová con los
bienes |
La bendición de la
Providencia |
[1] Wright, J. Robert. La Biblia
comentada por los padres de la iglesia. AT 10. Página 69
[2] Lawson, George. Comentario a
Proverbios. Página 55
[3] Lawson, George. Comentario a
Proverbios. Página 54
[4] Lawson, George. Comentario a
Proverbios. Página 56
[5] Lawson, George. Comentario a
Proverbios. Página 59
[6] Lawson, George. Comentario a
Proverbios. Página 60
[7] Lawson, George. Comentario a
Proverbios. Página 60
[8] Lawson, George. Comentario a Proverbios. Página 60-61
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