La
importancia de entrar por la puerta estrecha
Lucas
13:22-30
Introducción:
Todos los hombres, en una u otra ocasión, hemos sido
llevados a pensar en qué será de nosotros después de la muerte. ¿Será que
existe algo más allá luego de morir? ¿Será que hay premios y castigos por la
forma en que uno vive en esta tierra? ¿Serán estos castigos muy terribles o
serán pasajeros?
Es imposible no pensar en estos asuntos, especialmente
cuando estamos pasando por un momento trágico, de enfermedad o cuando estamos
pecando a nuestras anchas y nuestra curtida conciencia todavía nos molesta y
nos hace sentir culpables.
Este pensamiento acerca de la eternidad o lo que nos
espera luego de la muerte, ha motivado a millones de hombres y mujeres, en todo
el mundo, a tratar de encontrar maneras a través de las cuales garanticen paz
para sus almas y un estado eterno tranquilo, libre de castigos y sufrimientos.
La mayoría de las religiones del mundo han surgido en torno a esta inquietud
espiritual.
Los judíos pensaban que cumpliendo con los
mandamientos de la Ley de Dios, pero especialmente por el hecho de nacer dentro
del pueblo del pacto, tenían asegurado un futuro libre de sufrimientos en la
eternidad. Y es así que se esforzaban en cumplir con las ceremonias religiosas
de la ley mosaica, aunque realmente sus corazones estaban lejos de Dios.
De la misma manera, cientos de miles de cristianos han
tratado de cumplir con ciertas ceremonias con el fin de aliviar sus culpables
conciencias y garantizar para sí la tranquilidad y el gozo, o al menos,
librarse del sufrimiento eterno después de la muerte.
Pero ¿será posible que a través del cumplimiento de
ciertas ceremonias logremos evitar el castigo eterno? ¿Será posible que a
través de ciertos pasos sencillos logremos garantizar que luego de morir
evitaremos la ira de Dios y gozaremos para siempre de su favor? ¿No será que
miles de personas que se llaman cristianas están engañadas y realmente el
futuro que les espera no es nada halagüeño? ¿Cómo saber si realmente estamos
camino a la felicidad o al sufrimiento eterno?
En Lucas 13:22-30 el Señor Jesús responde esta vital
inquietud y nos presenta un cuadro completo de lo que pasará con aquellos que
logran entrar a la salvación, pero también nos presenta la situación terrible
de aquellos que quedarán fuera del reino de Dios.
Analicemos estas palabras poderosas de nuestro
salvador, y quiera Dios usarlas para conducirnos a pensar en serio si realmente
formamos parte de los que gozarán para siempre de la gloria de Dios, o si somos
de aquellos que crujiremos nuestros dientes cuando seamos invadidos del furor
de la ira de Dios, que arderá para siempre.
Con el fin de estudiar expositivamente este pasaje
tomaremos sus partes naturales:
1. Cómo se entra a la salvación v. 22-24
2. Una búsqueda
sincera pero infructuosa para entrar a la salvación v. 25-26
3. Un terrible destino para los que no entran a la
salvación v. 27-28
4. Una solemne advertencia para entrar a la salvación
v. 30
1. Cómo se
entra a la salvación v. 22-24
“Pasaba Jesús
por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén. Y alguien le
dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: esforzaos a entrar
por la puerta angosta, porque os digo que muchos procurarán entrar y no podrán”
Lucas nos presenta al Salvador encaminándose al
ineludible destino que le espera en Jerusalén. Es necesario que él sea
despreciado por la gente, por los líderes religiosos y por el poder político de
su tiempo. Es necesario que él sea crucificado y muerto por los pecados de su
pueblo. Pero antes de que esto acontezca es preciso que él mismo anuncie el
reino de Dios en toda Judea y sus alrededores. El ministerio de Jesús se
enfocaba principalmente en enseñar. Él instruía a sus discípulos y enseñaba las
verdades fundamentales que identifican al reino de Dios. Los milagros y las
liberaciones de los endemoniados eran solo señales que respaldaban su Palabra.
Su mensaje principal se enfocaba en el reino de Dios,
es decir, en la salvación. Ser salvado significa entrar al Reino de Dios y a
este reino solo entran los salvados.
Las más recientes enseñanzas de Jesús, presentadas por
Lucas, han estado enfocadas en el Reino de Dios:
- Jesús les dijo a sus discípulos que ellos eran una
manada pequeña que ha recibido de Dios el Reino (es decir, la salvación), y por
lo tanto deben vender lo que tienen para darlo a los pobres, demostrando así
que lo más preciado para ello no se encuentra en esta tierra sino en los
cielos. (12:32-34)
- También les enseñó que los que entran al Reino de
Dios son como siervos que anhelan la venida de su señor, y le esperan con suma
expectación, y así el Señor se tarde en regresar, ellos le esperan velando y no
desmayan. (12:35-40). Pero si este siervo es descuidado y no está esperando la
venida de su Señor, entonces recibirá muchos azotes y castigos (12:41-48)
- También les dijo a sus discípulos que su Reino, es
decir, la salvación, traería divisiones familiares y sociales. Los padres se
levantarían contra los hijos y viceversa, a causa de la fe en él. (12:49-53)
- El mensaje del Reino siempre inicia con el
arrepentimiento, pues, sin él, no podemos entrar al Reino de Dios. Aquellos que
no se arrepienten no solo no entrarán al Reino de Dios, sino que morirán
eternamente en el castigo de la ira de Dios que los consume pero no los
destruye por completo. (13:1-5)
- Las parábolas de la semilla de mostaza y la levadura
resaltan la acción cada vez más creciente del Reino de Dios, el cual se
extenderá hasta los confines de la tierra y salvará a personas de todas las
naciones y lenguas. (13:18-20).
Estas enseñanzas sobre el Reino de Dios crearon
profundas inquietudes en muchos de los oyentes y discípulos de Jesús, pues,
aunque él dijo que este permearía todo, así como la levadura hace con la
harina, no obstante, sus exigencias son tan altas que muy pocos lograrán
alcanzar la salvación. Es así que un oyente, del cual no se da el nombre,
pregunta a Jesús: ¿Son pocos los que se salvan?
La tradición judía enseñaba que todos los miembros de
Israel, exceptuando a pocas personas, serían salvas. Pero la predicación de
Jesús parece dar a entender lo contrario, pues, él requiere un verdadero
arrepentimiento, una justicia superior a la de los fariseos, la negación de sí
mismo, amar a los enemigos y aborrecer a padre y madre. En el sermón del monte
Jesús elevó a un grado muy superior la obediencia a la Ley y estipuló
principios espirituales altos.
De manera que algunos de los seguidores de Jesús,
luego de escuchar estas declaraciones, quedaron preocupados acerca de quiénes
serían salvos, el número de los salvos, y el número de los que se pierden.
Pero Jesús, como hizo en otras oportunidades, no
responde de manera directa la pregunta, sino que exhorta a todos los oyentes a
que se pregunten a sí mismos si ellos son salvos. No es tanto preguntarnos si
fulanito de tal es salvo, sino ¿Soy yo salvo? Jesús aprovecha la ocasión y les
indica de qué manera entramos a la salvación o al Reino de Dios. Él les dice: “…esforzaos a entrar por la puerta angosta,
porque os digo que muchos procurarán entrar y no podrán”
No hay otra forma de estar seguros de la salvación o
de pertenecer al Reino de Dios, sino es entrando por la puerta angosta. Siendo
que la puerta es angosta, entonces la entrada no es fácil, sino que requiere esfuerzo. La palabra griega utilizada
por Lucas para esforzaos es la que da
origen al verbo agonizar. De manera
que al Reino de Dios solo se puede entrar agonizando. Si no agonizamos por
entrar al Reino, entonces no entraremos, pues, la puerta es angosta. Solo
entramos al Reino cuando viendo la terrible pecaminosidad de nuestros pecados
exclamamos con todo el corazón “!Ay de
mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en
medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de
los ejércitos” (Is. 6:5). La puerta es estrecha porque sin un verdadero
arrepentimiento es imposible entrar. Cuando los judíos le preguntaron a Pedro
de qué manera podían ellos ser salvos, él les respondió: “Arrepentíos” (Hch. 2:37).
El arrepentimiento es aquella acción del alma que
viéndose totalmente sucia y despreciable delante del santo y majestuoso Dios,
se desprecia a sí misma y exclama con el apóstol Pablo “Miserable de mí” (Ro. 7:24), pues, sabe que sus mejores obras no
son más que “trapos de inmundicia” y
que “todos nosotros somos como suciedad”
(Is. 64:6). El arrepentimiento verdadero no consiste meramente en repetir una
oración, en levantar la mano cuando el predicador hace la invitación para los
que quieren convertirse, o en firmar una tarjeta. No, el arrepentimiento es una
condición del alma y de todo el ser en el cual experimentamos un profundo asco
hacia nosotros mismos y nos abatimos hasta el polvo sabiendo que hemos ofendido
al Dios maravilloso que hizo los cielos y la tierra.
La puerta es estrecha porque para entrar es necesario
tomar nuestra cruz: “Y el que no lleva su
cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:27). Llevar
la cruz es identificarnos con Cristo en que no amamos a este mundo ni anhelamos
sus gozos o glorias, sino que ellas nos parecen insignificantes y de poco valor
comparado con el gozo y la gloria eterna. Llevar la cruz consiste en negarnos a
nosotros mismos, y entregar nuestras vidas para el Reino de Dios. No reclamamos
nuestros derechos ante los que nos hacen daño por causa del Evangelio sino que
estamos dispuestos a sufrir oprobios por el Salvador.
Si una persona no entra al Reino por esta puerta
estrecha, sino que entró por la puerta amplia de la felicidad personal, de las
glorias humanas, del evangelio de la prosperidad y las riquezas materiales, de
la autoestima y las emociones agradables, entonces no entró al Reino de Dios,
sino al reino del humanismo, el cual conduce a la muerte eterna y a la
condenación de la ira de Dios: “…porque
ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos
son los que entran por ella” (Mt. 7:13).
Jesús dijo que muchos procurarán entrar por la puerta
que conduce al Reino y a la salvación, pero no podrán entrar. Es posible que en
esta declaración incluyera a aquellos religiosos que sinceramente están
interesados en la salvación de sus almas, pero usando sus propios métodos,
poniendo sus reglas, o creyendo que esto se puede hacer sin necesidad de la
humillación a través del arrepentimiento. Muchos sentirán agrado hacia la fe
cristiana, se deleitarán con nuestros cánticos y tendrán en gran estima nuestra
predicación y nuestro estilo de vida. Algunos incluso llegarán a bautizarse,
hacerse miembros de una iglesia bíblica, participar de la Cena del Señor,
cantar en el coro, ser maestros de escuela dominical, e incluso algunos
llegarán a ser pastores; pero nunca habrán entrado por la puerta angosta,
porque siempre les pareció que el evangelio debía ser más amplio.
2. Una
búsqueda sincera pero infructuosa para entrar a la salvación v. 25-26
“Después que el
padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera
empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, señor ábrenos, él respondiendo
os dirá: No sé de donde sois. Entonces comenzaréis a decir: delante de ti hemos
comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste”
Un día, tal vez no muy lejano, la puerta que conduce a
la salvación se cerrará definitivamente. El mismo que la abrió a través de su
carne sacrificada en la cruz, cerrará la puerta y ya no habrá más oportunidad.
Este día será aquel en el cual todas las tribus y naciones verán al Hijo de
Dios viniendo en las nubes con gran poder: “He
aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y
todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí. Amén” (Ap.
1:7). Este será un día de llanto y dolor para todos los que no reconocieron de
corazón a Jesús como su Salvador y Señor. Será un día de espanto para los que
tuvieron una fe superficial y vivieron un cristianismo sin cruz y sin negación
de sí mismos. Entonces, aquellos que solo creyeron superficialmente, creerán
verdaderamente y se lamentarán de corazón por sus pecados, y reconocerán cuánto
ofendieron con sus pecados al Santo Dios, será un tiempo de sincera búsqueda
espiritual, pero la puerta de la salvación se habrá cerrado y el día aceptable
habrá pasado. El Dios de gracia será ahora el Dios de juicio. El Cordero que
una vez murió por la salvación de su pueblo, ahora no será misericordioso sino
que derramará su ira sobre los incrédulos: “Y
los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos,
y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y en las peñas de los
montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos
del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero”
(Ap. 6:15-16).
Muchos en ese día, que se negaron a someterse a la
autoridad de Cristo y de su Palabra, le llamarán Señor, señor. Ese día
reconocerán y aceptarán que Jesús sea el Señor de sus vidas, ese día muchos
querrán someterse sin restricciones a la Palabra de Cristo, pero será demasiado
tarde, ya solo podrán experimentar a Cristo como Juez airado que los condenará
para siempre.
La frase “No sé
de dónde sois”, indica que Dios nunca los vio como sus hijos, pues, ellos
se rehusaron a aceptarlo como Padre, no haciendo su voluntad; sino que vivieron
como hijos de Satanás, de manera que ahora no pueden entrar a la casa, pues,
son extraños en el reino de Dios. Pero ellos estuvieron muy cerca del Reino de
Dios, ellos estuvieron a solo unos pasos de la salvación. Ellos escucharon el
evangelio, vieron los milagros de Cristo, experimentaron en cierta medida la
gracia de Dios, pero se quedaron allí, no avanzaron más. Ellos se conformaron
con lo superficial, pero el amor a este mundo y el amor a sí mismos fue más
fuerte, de manera que nunca se comprometieron realmente con Cristo. Algunos
buscaron lo milagroso, lo espectacular, lo sensacional y se fascinaron con las
sanaciones, las lenguas, la expulsión de demonios, y creyeron que eso los
convertía en miembros del pueblo del pacto, pero grande será la sorpresa que
recibirán en el día del juicio, pues, ellos nunca entraron por la puerta
estrecha, siempre quisieron las delicias del Reino sin tomar la cruz. En un
pasaje paralelo Jesús nos presenta el cuadro completo: “No todo el que me dice Señor, señor, entrará en el reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos. Muchos me
dirán en aquel día: Señor, señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les
declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:21-23).
“Delante de ti
hemos comido y bebido y en nuestras plazas enseñaste”. Muchas de las
personas que en el día del juicio saldrán avergonzadas porque no podrán entrar
a la casa del Padre celestial, estuvieron muy cercanas a Jesús. Algunos le
conocieron en persona y otros le tenían en gran estima. Jesús estuvo dispuesto
a recibirlos, pero ellos no le buscaron de corazón.
3. Un
terrible destino para los que no entran a la salvación v. 27-29
“Pero os dirá:
Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de
maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a
Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estés
excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y
se sentarán a la mesa en el reino de Dios”.
Jesús no responde directamente la pregunta de si son
muchos o pocos los que se salvan, pero sí lleva a sus oyentes, y a nosotros
hoy, a pensar en nuestro estado espiritual. La salvación se ofrece
gratuitamente a todos los pecadores, pero algunos prefieren continuar a sus
anchas, viviendo en el pecado, amando a este mundo, y considerando su estado
eterno como algo insignificante o no apremiante en la actualidad. Pero vendrá
el día terrible en el cual no habrá esperanza alguna de ser aceptado por el
Padre. Ese día será de gran tribulación. Todos llorarán de vergüenza y angustia
al saber que fueron dejados fuera. “El lloro es el de la miseria inconsolable y
sin fin y la desesperanza completa y eterna.
Pero no solo llorarán sino que crujirán sus dientes de rabia al saber
que tuvieron la oportunidad de entrar por la puerta estrecha, y la despreciaron
al tratar de llevar un cristianismo amplio y cómodo. Su lloro y su crujir de
dientes tienen tres causas directas:
- Ellos pueden ver o son conscientes de la presencia
de todos los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, los cuales
forman parte de la iglesia.
- Pero no solo forman parte de este Reino los santos
de la biblia, sino muchos gentiles que fueron tomados de los cuatro puntos
cardinales de la tierra.
- En cambio ellos no son recibidos en el Reino
consumado de Dios, y para completar el cuadro trágico, ellos son expulsados
forzosamente.
4. Una
solemne advertencia para entrar a la salvación v. 30
“Y he aquí, hay
postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros”
El hombre que hizo la pregunta de si son pocos los que
salvan habrá quedado terriblemente impactado por la respuesta de Jesús, y el
llamamiento que hizo de entrar por la puerta estrecha. Pero, Jesús no solo
llama a las personas a esforzarse para entrar por la puerta estrecha, sino que
concluye su enseñanza advirtiéndonos de que muchos de los que ahora tenemos a nuestra
disposición los medios de gracia, y que Domingo tras Domingo estamos escuchando
la predicación del evangelio, siendo que somos perezosos en los asuntos del reino,
y vivimos un cristianismo de poca negación personal, seremos sobrepasados por
algunas personas que, cuando reciben las verdades del evangelio las abrazan con
gozo y caminan firmes en la fe.
Tremendas sorpresas nos llevaremos cuando encontremos
en el Reino de Dios a muchas personas que no pensábamos ver, y extrañaremos a
muchos que pensábamos estarían disfrutando de la gloria. Será un día de muchas
sorpresas.
Pero el mensaje de Jesús para estos hombres y para
nosotros es una advertencia para que aprovechemos los medios de gracia que nos
han sido dados. Para que atendamos a la predicación, para que obedezcamos los
mandamientos de Cristo, para que crezcamos en santificación, para que tomemos
nuestra cruz, para que mortifiquemos el pecado, para que cada día nos neguemos
a nosotros mismos, para que seamos valientes y arrebatemos el Reino de Dios,
para que no seamos cobardes en el Evangelio.
Conclusiones:
- “Independientemente de la religiosidad de otros, el
Señor Jesús quería comunicarnos que nuestra tarea es clara. La puerta es
estrecha. La obra es ingente. Los enemigos de nuestras almas son muchos.
Debemos levantarnos y hacer. No debemos esperar a nadie. No debemos
preguntarnos lo que otros están haciendo o si muchos de nuestros vecinos,
parientes y amigos están sirviendo a Cristo. La incredulidad y la indecisión de
los demás no nos servirán de excusa en el día final. Nunca debemos seguir a la
multitud en hacer el mal. Aunque vayamos al cielo solos, debemos decidir ir por
la gracia de Dios. Tanto si tenemos a muchos junto a nosotros como si somos
pocos, el mandamiento que tenemos delante es claro: <esforzaos a entrar>”[1].
- Independientemente de la religiosidad de otros, el
Señor Jesús desea que sepamos que somos responsables de esforzarnos. No debemos
quedarnos anclados en el pecado y la mundanalidad esperando la gracia de Dios.
No debemos continuar en nuestra maldad amparándonos bajo el vano pretexto de
que no podemos hacer nada <para
entrar al Reino de la salvación> si
Dios no nos dirige. Debemos acercarnos a Él en el uso de los medios de gracia
(la Palabra, la oración, la iglesia). Sabemos que nadie podrá venir a Cristo si
el Padre no le trae, y que la salvación es solo por gracia, pero el mandamiento
de Jesús en este pasaje es claro, expreso e inconfundible: “esforzaos por
entrar”.
- No esperemos a que sea demasiado tarde para tratar
de entrar al Reino de Dios por la puerta estrecha. “Hay un tiempo futuro cuando
muchos se arrepentirán demasiado tarde y creerán demasiado tarde, se
arrepentirán del pecado demasiado tarde y empezarán a orar demasiado tarde, se
preocuparán de la salvación demasiado tarde y anhelarán el cielo demasiado
tarde. Miles despertarán en otro mundo y estarán convencidos de verdades que
rehusaron creer en la tierra. La tierra es el único lugar de la creación de
Dios donde hay infidelidad. El infierno en sí no es más que la Verdad conocida
demasiado tarde”[2].
No esperes más en entrar por la puerta estrecha. Suplica a Dios que tenga
misericordia de ti, pues, has pecado mucho contra él. Humilla tu corazón y mira
la cruz de Cristo, sabiendo que solo allí encontrarás el perdón de tus pecados
y la reconciliación con Dios.
- La instrucción de Cristo en estos pasajes debe
ayudarnos a dar el aprecio adecuado a las cosas que nos rodean, a priorizar
bíblicamente las cosas. “El dinero y el placer, el rango y la grandeza ocupan
el primer lugar ahora en el mundo. La oración, la fe, la vida santa y el
conocimiento de Cristo son despreciados, ridiculizados y considerados muy
baratos. ¡Pero un día las cosas cambiarán! Los últimos serán los primeros y los
primeros los últimos. Debemos estar preparados para ese día”[3].
- “Y ahora, preguntémonos si estamos entre los muchos
o entre los pocos. ¿Sabemos algo del esfuerzo y la lucha contra el pecado, el
mundo y el diablo? ¿Estamos preparados para la venida del Padre de familia a
cerrar la puerta? El hombre que puede responder a estas preguntas
satisfactoriamente es un verdadero cristiano”[4].
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