Juicio de maldición sobre diferentes clases de
falsos maestros:
La contradicción de Coré: Los que pervierten el
orden y la tranquilidad de la iglesia por amor al poder y la posición
Judas 11 (Tercera parte)
Introducción:
Una
de las estrategias que aplicaban los romanos para derrocar a un gobierno o
civilización e instaurar el suyo propio era divide
et impera (divide y reinarás), principio que Nicolás Maquiavelo inmortalizó
en su pensamiento político con la máxima “divide y vencerás”. Muchos gobiernos
fueron derrocados con esta estrategia, y aquellos amantes del poder
conquistaron la gloria usando métodos no muy ortodoxos, ni éticos; de todas
maneras la filosofía de Maquiavelo: “el fin justifica los medios”, aunque
abyecta (despreciable), ha sido preferida por el corazón pecaminoso de los
hombres amantes del poder a costa de lo sea.
Lo
lamentable de esta conducta malvada, basada en estrategias viles, con el fin de
conquistar el poder y la gloria, es que no solo la encontramos en la historia
secular de las naciones, los gobiernos, las instituciones políticas y las
empresas, sino en la historia del pueblo del Señor. De tanto en tanto se han
levantado hombres amantes de sí mismos que recurren a cualquier estrategia con
el fin de alcanzar los peldaños del poder, la fama y la gloria humana.
En
la última parte del versículo 11 de Judas, analizaremos hoy la tercera clase de
falsos profetas que entran sigilosamente a las Iglesias con el fin de hacer
daño: Los que pervierten el orden y la tranquilidad de la Iglesia por amor al
poder y la posición. Conozcamos quiénes son estos perversos hombres, analizando
la historia bíblica que nos narra la rebelión de Coré, y aprendamos a conocer
las estrategias de estos malvados hombres, la teología de ellos, pero también las consecuencias que
vendrán sobre aquellos que son como ellos o que les siguen en su loco amor al
poder. “!Ay de ellos! Porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por
lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Core”
1.
Estrategias y artimañas de los amantes del poder
2.
La teología de los amantes del poder
3.
Consecuencias nefastas de ser un amante del poder
1. Estrategias y artimañas de los amantes del poder.
Para
conocer la historia del rebelde Coré, y de sus amigos y seguidores, es
necesario leer Números capítulo 16.
Coré
era un levita, consagrado para las labores del servicio a Dios en el
tabernáculo. Este hombre tenía el privilegio de pertenecer de manera especial
al Señor y ser considerado como propiedad de él. Todos los levitas eran
propiedad exclusiva de Dios. “Y he tomado
a todos los levitas en lugar de todos los primogénitos de los hijos de Israel.
Y yo he dado en don los levitas a Aarón y a sus hijos de entre los hijos de
Israel, para que ejerzan el ministerio de los hijos de Israel en el tabernáculo
de reunión”. (Num. 8:18-19).
De
manera que Coré, el rebelde, tenía un lugar privilegiado dentro del ministerio
espiritual. No obstante, un espíritu inconforme le caracterizó y trató de
encontrar la manera de subir de categoría en el ministerio. Coré deseaba estar
en el sacerdocio, mejor dicho, deseaba ser como Aarón, es decir, Sumo sacerdote
(Num. 16:10). Y en este afán por el poder empezó a tramar la caída de Aarón y
Moisés, con el fin de no tener obstáculos que le impidieran acceder al
sacerdocio, el cual no le era permitido a los levitas, sino solo a Aarón y sus
hijos. Dios había escogido a Aarón para que fuera el Sumo Sacerdote y a Moisés
para que fuera su profeta. Pero Coré anhelaba estar en esa posición, que a él
le parecía muy honrosa y de mucho poder y autoridad.
Este
era su pensamiento de día y noche: ¿Cómo alcanzar el poder? Coré era un hombre
malo, a pesar de estar llamado al ministerio; y su pensamiento, todos los días,
se entregaba a maquinar el mal contra los hombres que Dios había puesto en el
ministerio principal. Coré se encuentra clasificado entre los malos hombres que
menciona el Salmista: “Líbrame, oh Jehová
del hombre malo; guárdame de hombres violentos. Los cuales maquinan males en el
corazón, cada día urden contiendas. Aguzaron su lengua como la serpiente,
veneno de áspid hay debajo de sus labios” (Sal. 140:1-3). Esta era la
condición de Coré. Él tramó un plan para desprestigiar a los ministros
escogidos por Dios, y maquinó en su corazón como poner el lazo sobre ellos.
Es
allí cuando este falso ministro empieza a difamar a Moisés y Aarón. La mejor
estrategia que los amantes del poder han encontrado para derrocar a los que
están en eminencia, es difamarlos. Inventar mentiras, críticas, calumnias y
hacerlas correr a través del chisme. Coré empieza a ganar la amistad y el apoyo
de otros levitas y de algunos miembros de la tribu de Rubén (16:1), hablando
mal de Moisés y Aaarón, afirmando que ellos mismos se han levantado como
líderes entre el pueblo de Dios, y que ellos imponen leyes injustas y abusivas.
Esto es lo que dicen: “¿porqué, pues, os
levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová? (16:3), y, “Es poco que nos hayas hecho venir de una
tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que
también te enseñorees de nosotros imperiosamente? (16:13). Coré empezó a
carcomer la credibilidad de los siervos del Señor en medio del pueblo,
sembrando cizaña a través de mentiras infundadas y calumniándolos.
Y,
lastimosamente, la palabra del hombre tiene un poder asombroso para calar en
las mentes de las personas, especialmente cuando se trata de chismes o
calumnias. Esto lo vemos hoy día de manera palpable en el periodismo y la
prensa. Si un periodista quiere alcanzar cierto grado de reputación y gloria,
entonces debe andar a la caza de alguna noticia que tenga que ver con el
desprestigio de alguna personalidad pública. Estas noticias son las más leídas.
Las
calumnias y las difamaciones son como cuando una persona se sube a la cúspide
más alta de una colina en medio de una tarde mecida por el viento y lanza un
puñado de suaves y livianas plumas. Una vez que el viento esparce a las plumas,
por mucho que se les quiera recoger, algunas de ellas habrán volado tan alto
que será difícil encontrarlas. El chisme y la calumnia obran así. Una vez que
se empieza a difamar o calumniar, por
mucho que el difamador quiera arreglar la situación y corregir la mala imagen
que él mismo sembró de otra persona en los demás, por mucho que se esfuerce, ya
hizo un daño que nunca podrá ser reparado por completo. Coré era un solo
hombre, y se alió con Datán, Abirán y On, aunque eran cuatro, sus calumnias y
difamaciones llenaron de prejuicios a 250 varones “príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre”
(16:2) y a buena parte de la multitud del pueblo de Israel, que luego se
rebelaron también contra el ministerio de Moisés y Aarón, de los cuales
murieron catorce mil setecientos a causa de la ira de Dios que se derramó sobre
ellos (16:49). “Ya Coré había hecho
juntar contra ellos toda la congregación a la puerta del tabernáculo de
reunión…” (16:19).
La
estrategia de la difamación les ha funcionado a muchos perversos hombres que
han alcanzado ministerios cristianos a través de este abyecto medio. Un caso
muy claro lo encontramos en una iglesia del Nuevo Testamento: Diótrefes, quien
cual Coré, se encargó de desprestigiar al apóstol Juan de manera que la iglesia
local ya no lo quería recibir, a pesar de haber sido llamado por Cristo como
Apóstol, y por lo tanto tenía la autoridad para enseñar en cualquier iglesia. “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes,
al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta
causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas
contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a
los que quieren recibirlos se los prohíbe, y los expulsa de la iglesia” (3
Juan 9-10).
Muchas
personas se dejan influenciar por las calumnias que los malvados hombres amantes
del poder inventan contra los líderes, y terminan rechazando a los siervos del
Señor, identificándose con los rebeldes en su pecado.
Pero
¿Cómo convencen estos rebeldes dentro del pueblo de Dios a los demás miembros
de la congregación para irse en contra de los siervos del Señor? Este será
nuestro segundo punto: La teología de los amantes del poder.
2. La teología de los amantes del poder
Coré
y sus amigos tenían una teología del ministerio muy particular. Ellos
aprovecharon un incidente reciente, en el cual, Moisés había juzgado el caso de
un hombre que, en el día de reposo había sido descubierto recogiendo leña, es
decir, trabajando, lo cual había sido prohibido por Dios en el tercer
mandamiento de su Santa ley. Moisés no sabía qué hacer con este hombre, así que
lo pone en la cárcel, hasta que Dios mismo le ordenó: “Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la congregación
fuera del campamento” (Num. 15:35).
De
manera que Coré, aprovechando con malicia esta oportunidad, cree encontrar
razones para poner al pueblo en contra de los siervos del Señor. Coré hace
aparecer a Moisés y Aarón como dos ministros crueles, brutales, inmisericordes;
debido a que han aplicado la pena máxima de la disciplina eclesiástica: la
excomunión, en este caso, a través de la muerte por lapidación, lo cual estaba
permitido por Dios en el Antiguo Testamento, más en el Nuevo la pena máxima es
la excomunión (Mt. 18:15-20).
La
teología de Coré consiste en afirmar que Dios es un Dios de solo bondad y amor,
y que él nunca impondría disciplina sobre sus hijos. ¿Cómo es posible que el
Dios de amor, que nos sacó de Egipto, ahora quiera ordenar la muerte de un
pobre hombre que necesitó ir a recoger leña en el día el Señor? “No, el Dios de
la Biblia jamás impondría cargas tan pesadas. Él es amoroso y tierno.” “¿Es poco que nos hayas hecho venir de una
tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto”
(16:13). Los que quieren obtener el poder por lo general desprestigian a los
ministros cuando estos aplican la disciplina eclesiástica y los hacen parecer
como seres malvados, inmisericordes e injustos.
Pero
Coré también tenía un concepto teológico erróneo del liderazgo en el pueblo de
Dios. Él creía que no se necesitaba de ministros que guiaran al rebaño. Que el
rebaño podía guiarse a sí mismo, sin necesidad de un hombre o un grupo de
hombres que, nombrados por Dios, enseñaran al pueblo. “Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de
vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de
ellos está Jehová; ¿porqué pues os levantáis vosotros sobre la congregación de
Jehová? (16:3). Coré era como algunos modernos “cristianos” que pretenden
vivir su vida cristiana sin necesidad de congregarse, porque no quieren
someterse a “hombres”. Pero si una persona no quiere someterse a la dirección
de hombres escogidos, dotados y llamados por Dios para el ministerio, entonces,
ellos no se están sometiendo a Dios, y si no se someten a Dios, entonces no son
cristianos, y, aunque ellos se llamen creyentes, la condenación eterna les
espera.
Pero
Coré también tenía una teología incorrecta de cómo Dios escoge a los que serán
ministros o servidores en su Iglesia. Él y sus amigos abogan por la igualdad en
el pueblo de Dios y tratan de desconocer que Dios escoge, llama, capacita y
ordena a algunos hombres para que sean los pastores o ministros que guíen al
rebaño. Los ministros no se auto-nombran como tales, sino que Dios mismo los
dispone para ello. Moisés y Aarón fueron llamados por Dios mismo al ministerio,
por lo tanto, aquellos de su pueblo que no se sujetaran a su ministerio estaban
en contravía con la voluntad divina. Coré pensaba que todo aquel que quisiera
estar en el sacerdocio podía hacerlo, ya que todos son santos. Si bien es
cierto que todos los verdaderos creyentes han sido santificados y tienen al
Espíritu Santo, no obstante es la voluntad de Dios capacitar con dones a
algunos varones para que sean los guías en el pueblo. Esto dijo Pablo “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a
otros profetas; a otros evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Ef.
4:11). Moisés, aunque quería librar a estos hombres de la condenación que
vendría a causa de su rebeldía contra los mandatos de Dios, les permitió que
ejercieran por un rato las funciones sacerdotales que ellos querían para sí,
pero para las cuales no habían sido llamados, y cuando estaban quemando el
incienso delante de Jehová, fuego salió de su presencia y los consumió a todos.
“También salió fuego de delante de
Jehová, y consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían incienso”
(16:35).
El
llamado al ministerio procede de lo alto. No entramos al ministerio tratando de
forzar las cosas, como quería hacer Coré. No entramos al ministerio por
presiones, seducciones, maquinaciones, por destruir la reputación de los
ministros ordenados, por caprichos personales o por buscar una oportunidad
económica o de gloria, no. Solo se puede entrar al ministerio por el
llamamiento que Dios hace. Este llamamiento, primero es interno, en la persona.
Es la vocación que esta persona experimenta en su ser, y esto se convierte como
en un fuego que lleva dentro. Pero no solo hay un llamamiento interno. Siendo
que nuestros corazones nos tienden a engañar, entonces el llamado al ministerio
no solo depende de una convicción subjetiva, sino que también hay un elemento
objetivo: la congregación, el resto de creyentes, puede ver en dicha persona
que tiene el llamamiento, y lo reconoce como tal. Si solo hay un llamamiento
interno, pero no se da un reconocimiento externo, de parte de la congregación y
nadie más lo ve como pastor, ni siquiera su esposa o su familia, entonces lo
más probable es que no tenga el llamamiento para el ministerio.
Cuántos
varones jóvenes, que creen tener un llamado al ministerio cristiano, y tienen
prisa por ser reconocidos como líderes, caen en el pecado de la rebeldía,
especialmente cuando ven que sus pastores toman un tiempo prudente para
estudiar la cualificación de ellos, entonces deciden presionar para que sean
reconocidos sin los pasos previos. Algunos empiezan una campaña camuflada y
encubierta para crear el descontento entre los creyentes hacia los presbíteros
reconocidos, y poco a poco, acudiendo a toda clase de artimañas y adulaciones,
ganan una buena cantidad de personas (por lo general cristianos inmaduros) para
sí y terminan dándole un golpe de estado al ministerio de la iglesia. Cuán
diferente es esta forma de anhelar el ministerio, de la que Pedro dice debe
caracterizar a los jóvenes: “Igualmente
jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos
de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”
(1 Ped. 5:5).
Pero,
aunque por un tiempo pareciera que Dios no toma en cuenta esta rebeldía, su
juicio no tardará, sino que vendrá con furor sobre los que desafían el llamado
que Dios hace a sus siervos y rechazan la autoridad que ha sido puesta por él.
Este será nuestro último punto.
3. Consecuencias nefastas de ser un amante del poder
Coré
pensó que había ganado la batalla. Moisés no toma ninguna represalia contra
este malvado, pretensioso y orgulloso hombre, ni contra sus amigos, sino que
con humildad decide darles lo que ellos quieren. Moisés, ejemplo de lo que es
un buen y fiel siervo del Señor, no trata de buscar entre la congregación para
ver cuántos están con él y cuántos con Coré para saber hasta dónde puede dar la
pelea con el fin de mantenerse en el ministerio, como si ese cargo fuera propio
de él. No, Moisés sabe que todo lo que tiene es solo por gracia, y como Pablo
puede afirmar “Pero por la gracia de Dios
soy lo que soy…” (1 Cor. 15:10). Moisés, como fiel ministro, sabe que el
pueblo es de Dios, y no de él. Por lo tanto no se aferrará a su cargo de líder,
sino que espera en la providencia divina, y si Dios quiere que él siga allí,
entonces lo seguirá haciendo con humildad, y si no quiere que siga en esa
función, y en su lugar quiere poner a un líder más joven, entonces lo aceptará
con resignación y gozo. Moisés sabe que los ministros no son dueños de la
congregación. “Ruego a los ancianos que
están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los
padecimientos de Cristo, que soy también partícipe de la gloria que será
revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella,
no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo
pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino
siendo ejemplos de la grey” (1 Ped. 5:1-3). Por lo tanto, Moisés les deja
que quemen incienso, como lo hacían los sacerdotes autorizados. Les permite,
por un momento, ser sacerdotes, pero no por llamamiento del Señor, sino por un
auto-nombramiento. Me imagino que Coré y los 250 rebeldes, estaban felices.
Habían conseguido lo que querían, y de manera rápida. Ahora oficiaban como
sacerdotes y serían reconocidos como líderes y gente con poder y gloria. Pero su alegría duró muy
poco, pues, no habían empezado bien sus funciones sacerdotales usurpadas,
cuando la ira del Dios santo se desató sobre ellos y fuego salió de delante de
la presencia de Jehová y los consumió a todos. “También salió fuego de delante de Jehová, y consumió a los doscientos
cincuenta hombres que ofrecían incienso” (16:35).
Pero
no solo estos 250 rebeldes recibieron la justa retribución a su terrible descarrío,
sino que Coré, Datán y Abiram, los cuales no habían ido a ofrecer incienso, tal
vez porque ellos no aspiraban a un simple oficio sacerdotal, sino al de Sumo
Sacerdote, ellos se habían quedado en sus tiendas, pero la ira de Dios llegó
hasta ellos. El desagrado de Dios sobre aquellos que dividen al pueblo de Dios
con sus intrigas y chismes es tan grande, que sucedió lo que nunca había pasado
en la historia humana: La tierra abrió su boca y tragó vivos a estos perversos
hombres con sus esposas, hijos y familiares. Dice la Biblia “Y ellos, con todo lo que tenían,
descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de
la congregación” (16:33).
En
el Nuevo Testamento también hay duras palabras de juicio para los que causan
divisiones y son rebeldes: “Más os ruego,
hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de
la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Ro.
16:17). Es necesario apartarse de ellos, así como los Israelitas en el desierto
tuvieron que apartarse de las tiendas de Coré, Datán y Abiram, para que la ira
de Dios no los alcance también a ellos. Pero es necesario aclarar algo en este
momento: no toda división es pecaminosa ni es contraria a la voluntad de Dios.
Pablo dice que debemos alejarnos de los que ponen tropiezos contra la doctrina
aprendida, es decir, la doctrina apostólica. Pero si estás en una iglesia donde
la doctrina enseñada no es la bíblica, sino inventada por las tontas
imaginaciones de los hombres o las tradiciones, entonces, lo mejor es salir de
ese sitio y apartarte de lo inmundo, como ordena la Palabra de Dios: “Salid de en medio de ellos y apartaos, dice
el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Cor. 6:17). Los primeros cristianos eran judíos,
pero ellos tuvieron que abandonar el judaísmo, porque al rechazar a Cristo,
ellos se habían convertido en una falsa religión. Los reformados se tuvieron
que alejar de la Iglesia Católica Romana, porque esta iglesia se había
convertido en una iglesia falsa al adoptar doctrinas y prácticas que eran
contrarias a la Palabra de Dios.
El
apóstol Pablo también habla del juicio sobre los que causan divisiones dentro
de las iglesias bíblicas: “Al hombre que
cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el
tal se ha pervertido, y peca, y está condenado por su propio juicio” (Tito
3:10-11).
Es
necesario alejarse de los que causan divisiones, y andan murmurando de los
siervos del Señor o de los demás hermanos, porque el tal se ha pervertido, es
un perverso, y su pecado carcomerá como gangrena a los que se le acercan. Eso
pasó con el pueblo de Israel en el desierto. Solo era un hombre, su pecado de
rebeldía y murmuración infectó a dos más, luego a 250, y por último a casi toda
la congregación. Pero, aunque Coré era el líder de la revuelta, no solo él
recibió el terrible juicio del Señor, sino que otros catorce mil setecientos
perecieron por el furor divino. “Y Jehová
habló a Moisés, diciendo: Apartaos de en medio de esta congregación, y los
consumiré en un momento. Y los que murieron en aquella mortandad fueron catorce
mil setecientos…” (Núm. 16:44, 45, 49).
Destrucción
y juicio vendrá sobre todos los que rechazan la autoridad de la Palabra de Dios
que es expuesta por sus siervos. Moisés no dijo nada que el Señor no le hubiese
ordenado, él solo se limitaba a proclamar su santo consejo, pero el pueblo lo
rechazó y se rebeló contra los ministros, conllevando esta pecaminosa acción el
juicio del Señor y su terrible ira. Quiera el Señor ayudarnos para que nunca
seamos encontrados rebeldes, contumaces, obstinados y murmuradores dentro del
pueblo de Dios.
Aplicaciones:
-
Aunque en esta exposición he relacionado a Moisés y Aarón con los pastores y
ministros del Señor en la Iglesia, no quiero que crean que los pastores hoy día
son el equivalente al sacerdote del Antiguo Testamento. No, esto sería un error
terrible y una ofensa contra Cristo, él único y verdadero Sacerdote de la
Iglesia. Los pastores, o presbíteros son servidores de la Iglesia, guías de la
misma, autorizados y dotados por el Señor para ejercer autoridad a través de la
predicación fiel de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y
administrar la disciplina eclesiástica. En la Iglesia del nuevo Testamento no
hay familias sacerdotales, ni cosas parecidas. Pero los pastores deben ser
reconocidos como guías del pueblo de Dios, con todo respeto y honra, como
enseñan Pedro y Pablo en sus cartas. De manera que si hoy día un pastor se
levanta como autoridad por sí mismo, es decir, no por la predicación de la
Palabra, el tal está desvariando y es posible que sea, o un ignorante del
ministerio o un falso pastor. Debemos tener cuidado con ellos, y alejarnos de
esa clase de líderes, pues, al estar con ellos, es posible que la gente aprenda
a ser arrogante, orgullosa y amante del poder y la gloria.
-
Tengamos cuidado con nuestra lengua. Ella es capaz de iniciar un dantesco
incendio y de hacer daño irreparable a muchas personas. Pero también debemos
cuidar a nuestros oídos, para que no se presten a escuchar murmuraciones y
detracciones contra otras personas, creyentes o ministros. Muchos en el pueblo
de Israel murieron bajo la ira de Dios por dejarse influenciar de los
comentarios malintencionados de otros. Muchos Israelitas no pudieron entrar a
la Santa Sión, al santo monte del Señor, porque allí solo morará “El que anda en integridad y hace justicia, y
habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su
prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino.” (Sal. 15:2-3).
-
Coré no había tenido en cuenta que el ministerio espiritual, aunque por
delegación divina conlleva cierta autoridad en asuntos espirituales, no
obstante, se caracteriza por el servicio humilde a Dios y a los demás. Moisés
no buscaba el poder, él había aprendido en la escuela de la vida lo que era la
humildad y el servicio a los demás. Coré buscaba el poder, y encontró su propia
ruina. Jesús mismo nos enseño que el ministerio cristiano es solo para los
humildes, y nadie que busque el poder o la gloria mundana debe inmiscuirse en
esta sagrada labor. Jesús mismo lo enseño cuando les dijo a los apóstoles: “Los reyes de las naciones se enseñorean de
ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no
así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que
dirige como el que sirve. Porque ¿Cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o
el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros
como el que sirve” (Luc. 22:24-27).
-
Hemos aprendido que la rebeldía va de la mano con la murmuración, por lo tanto,
es nuestro deber evitar este pecado a toda costa. Sin embargo, alguien puede
preguntarse ¿Entonces qué hacemos cuando un líder o un pastor está en pecado
escandaloso o está enseñando falsa doctrina? ¿Debemos quedarnos en silencio y
dejar que sigue haciendo daño? No se trata de eso. Aunque es nuestro deber
evitar ser caja de resonancia de calumnias, no obstante, si tenemos pruebas
evidentes, claras y reales, es decir, de primera mano, de que un ministro se
encuentra en una situación de pecado escandaloso o enseñanza de falsa doctrina,
entonces, con el debido respeto a la autoridad que le ha sido encomendada con
Dios, y con otros testigos presenciales, de primera mano, pueden iniciar un proceso
de investigación y disciplina a través de otros pastores o ancianos de la misma
iglesia. Esto es lo que dice Pablo al respecto: “Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos”
(1 Tim. 5:19).
-
Las consecuencias de inmiscuirse en el servicio espiritual, sin haber sido
llamado o dotado para ello, puede tener consecuencias muy terribles. No busques
la gloria, o los ministerios que aparentemente son los que más brillan. Puedes
estar en el lugar o el ministerio equivocado y las consecuencias serán
desastrosas para ti y los que están bajo tu cuidado. Hemos visto a muchas
personas que se inmiscuyen en el ministerio, y luego son un desastre, y hacen
mucho daño al pueblo de Dios.
-
Apreciado varón que aspiras al ministerio, si crees que Dios te ha llamado para
ello, entonces ejercítate en la piedad, escudriña las Escrituras, aprende
humildemente de los pastores, no importa si tú logras hacer estudios teológicos
más avanzados que ellos, o si tienes dotes de orador mejor que ellos. Recuerda que
Dios resiste a los soberbios y a aquellos que buscan caminos torcidos para
llegar más rápido al ministerio. Sirve al Señor con humildad y está presto para
colaborar a los ancianos de la Iglesia y servir en los oficios que ellos te
pongan. Recuerda que además de Coré, habían otros varones, jóvenes, que también
estaban sirviendo al Señor, pero en el anonimato, sin pretensiones de poder o
gloria, y esperaron pacientemente por muchos años, hasta que Dios quiso darles
el reconocimiento público y los puso en lugares altos. Coré quería el poder y
la gloria en el ministerio, y a cambio encontró su propia destrucción. Josué no
aspiraba a grandezas de poder o gloria, y Dios lo puso en reemplazo de Moisés,
dándole el reconocimiento a su disposición humilde. No te apresures, ejercítate
en la piedad y la humildad, y en su tiempo Dios te pondrá en el lugar donde él
quiere que estés y en el ministerio al cual él te ha llamado.
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