Capítulo
6 - La Quinta Petición
"Y perdónanos
nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores."
Mateo 6:12
Al comienzo de nuestra consideración de esta quinta petición, es
vital que prestemos la debida atención al hecho de que comienza diferentemente de
las cuatro primeras. Por primera vez en nuestra oración del Señor nos
encontramos con la conjunción y. La cuarta petición, "…danos hoy nuestro
pan de cada día…", es seguida de las palabras "…y perdónanos nuestras
deudas…", lo que indica que hay una relación muy estrecha entre las dos
peticiones. Es cierto que las tres primeras peticiones están íntimamente
relacionadas, sin embargo son bastante diferentes. Pero la cuarta y la quinta
petición deben estar especialmente ligadas en nuestras mentes por varias
razones prácticas. En primer lugar, se nos enseña que sin perdonar todas las
cosas buenas de esta vida no nos beneficiarán para nada. Un hombre en una celda
de los condenados a muerte es alimentado y vestido, pero, ¿qué valor tiene para
él la dieta más delicada y la ropa más costosa, mientras permanezca bajo pena
de muerte inminente? "El pan nuestro de cada día no hace sino engordarnos
pero como corderos para el matadero si nuestros pecados no son perdonados"
(Matthew Henry). En segundo lugar,
nuestro Señor nos quiere informar que nuestros pecados son tantos y tan graves
que no merecemos ni un bocado de comida. Cada día el cristiano es culpable de ofensas
que pierde aun la más común de las bendiciones de la vida, de tal manera que debería
siempre decir como dijo Jacob, " menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has
usado para con tu siervo; (Gen. 32:10).
En tercer lugar, Cristo nos quiere recordar que nuestros pecados son el
gran obstáculo de los favores que podríamos recibir de Dios (Isa. 59:2; Jer.
5:25). Nuestros pecados angostan el
canal de bendición, y por lo tanto tan a menudo como oramos: "danos",
debemos añadir, "y perdónanos." Cuarto, Cristo nos quiere alentar a
continuar en la fe con viento en popa. Si tenemos confianza en la providencia
de Dios para nuestros cuerpos, ¿no deberíamos confiar en él para la salvación
de nuestras almas del poder y el dominio del pecado y de la espantosa paga del
pecado?
"…perdónanos nuestras deudas…" Nuestros pecados son
vistos aquí, como en Lucas 11:4, bajo la noción de deudas, es decir,
obligaciones no pagadas o fracasos al rendir a Dios su legítima consideración.
Le debemos a Dios una adoración sincera y perfecta junto con seriedad y
obediencia perpetua. El Apóstol Pablo dice, " Así que, hermanos,
deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne…"
(Rom. 8:12), indicando así el lado negativo. Pero positivamente, somos deudores
de Dios, para vivir en Él. Por la ley de la creación, fuimos hechos no para
gratificar la carne, sino para glorificar a Dios. “Así también vosotros, cuando
hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos,
pues lo que debíamos hacer, hicimos. " (Lucas 17:10). El fracaso al pagar la deuda de adoración y
obediencia ha conllevado culpa, trayéndonos a ser deudores de la justicia
Divina. Ahora, cuando oramos, "…perdónanos nuestras deudas…", no
pedimos que se nos exonere de los deberes que tenemos con Dios, sino ser
absueltos de la culpa, es decir, que el castigo debido nos sea remitido.
"un acreedor que tenía dos deudores" (Lucas 7:41). Aquí, en nuestro texto, Dios se presenta en
la figura de un acreedor, en parte en vista de ser nuestro Creador, y en parte como
siendo nuestro legislador y juez. Dios no sólo nos ha dotado con talentos,
obligándonos a servir y glorificar a nuestro benefactor, sino que también nos
ha colocado bajo su ley, de tal manera que seamos condenados por nuestras
faltas. Y como juez, el aún nos llamará a cada uno de nosotros para hacer una rendición
de cuantas completa de nuestras respectivas mayordomías, (Rom. 14:12). Tiene que haber un gran día de rendición de
cuentas (Lucas 19:15), y a los que han fallado en arrepentirse y lamentar sus
deudas y refugiarse en Cristo serán eternamente castigados por sus faltas. Por
desgracia, muy pocos se conducen a sí mismos con una conciencia clara de esa corte
solemne.
No sólo esta metáfora de los acreedores y deudores aplica para
nuestra ruina, sino que, gracias a Dios, aplica por igual al remedio para
nuestra recuperación. Como los deudores en banca rota, estamos completamente deshechos
y debemos yacer por siempre bajo el justo juicio de Dios, a menos que se Le
haga una compensación completa. Pero no tenemos el poder de pagarle esa
compensación, ya que, moral y espiritualmente hablando, estamos completamente
en banca rota. La liberación, entonces, debe venir desde fuera de nosotros.
Aquí es donde el Evangelio habla palabras de alivio al alma cargada de pecado:
otro, el Señor Jesús, tomó sobre sí el oficio de Patrocinador, y rindió plena
satisfacción a la justicia Divina en nombre de Su pueblo, pagando una
compensación completa a Dios por ellos. Por lo tanto, en este sentido, Cristo
es llamado el "fiador de un mejor pacto" (Heb. 7:22), como afirmó
proféticamente a través de su padre David: " ¿Y he de pagar lo que no
robé?" (Sal. 69:4). Dios declara en
cuanto a sus elegidos, " Que lo libró de descender al sepulcro, que halló
redención; " (Job 33:24).
"…y perdónanos nuestras deudas…" Resulta extraño
decirlo, pero algunos experimentan una dificultad aquí. Al ver que Dios ya ha perdonado
a los cristianos "todos los pecados" (Col. 2:13), ¿no es innecesario,
preguntan, que éste siga pidiendo perdón a Dios? Esta dificultad es auto-creada,
a través un error a la hora de distinguir entre el precio de compra de nuestro
perdón por medio de Cristo y su aplicación real para nosotros. Verdadero, la
plena expiación por todos nuestros pecados fue hecha por él, y en la cruz su
culpabilidad fue cancelada. Verdadero, todos nuestros antiguos pecados se
purgan en nuestra conversión (2 Ped. 1:9).
Sin embargo, hay un sentido muy real en el que nuestros pecados presentes
y futuros no son remitidos hasta que nos arrepintamos y los confesemos a Dios.
Por lo tanto, es necesario y apropiado que busquemos el perdón para ellos. (1
Juan 1:6). Incluso después de que Natán
le dio seguridad a David, diciendo: "…también Jehová ha remitido tu
pecado…" (2 Sam. 12:13), David le rogó perdón de Dios (Sal. 51:1, 2).
¿Qué es lo que pedimos en esta petición? En primer lugar, pedimos
que Dios no ponga a nuestro cargo los pecados que diariamente cometemos (Salmo
143:2). En segundo lugar, pedimos que Dios acepte la satisfacción de Cristo por
nuestros pecados y nos mire como justos en él. Algunos pueden objetar, "pero
si fuéramos verdaderos cristianos, ya lo ha hecho así." Verdadero, sin
embargo, El requiere que nosotros demandemos por nuestro perdón, justo como El dijo
a Cristo, "Pídeme, y te daré por herencia las naciones…" (Sal. 2:8). Dios está dispuesto a perdonar, pero Él
requiere que nosotros clamemos a él. ¿Por qué? Para que su misericordia
salvadora pueda ser reconocida, y para que nuestra fe pueda ser ejercitada. En
tercer lugar, suplicamos a Dios para la continuación del perdón. Aunque seamos
justificados, sin embargo, debemos seguir pidiendo; de la misma forma que con
el pan de cada día, a pesar de que tenemos un buen almacén a la mano, sin
embargo, pedimos para la continuación de él. En cuarto lugar, pedimos por el
sentido del perdón, o seguridad de él, que los pecados puedan ser borrados de
nuestra conciencia y del libro de las memorias de Dios. Los efectos del perdón
son paz interior y acceso a Dios (Rom. 5:1, 2).
El perdón no se exige como algo debido a nosotros, sino pedido
como una misericordia. "Al mismo final de su vida, el mejor Cristiano debe
venir por perdón tal y como lo hizo al principio, no como un reclamante de un
derecho, sino como una suplicante de un favor" (John Brown). Tampoco es esto inconsistente con, o una
reflexión sobre nuestra justificación completa (Actos 13:39). Es cierto que el
creyente "…no vendrá a condenación…" (Juan 5:24); sin embargo, en
lugar de que esta verdad lo guíe a la conclusión de que no es necesario orar
por la remisión de sus pecados, ella le suple con los ánimos posibles más
fuertes para presentar tal petición. Del mismo modo, la seguridad Divina de que
un verdadero cristiano perseverará hasta el final, en vez de sentar las bases para
el descuido, es el motivo más poderoso para la vigilancia y la fidelidad. Esta
petición implica un sentido profundo de pecado, un penitente reconocimiento del
mismo, una búsqueda de la misericordia de Dios por amor de Cristo, y la conciencia
de que él puede justamente perdonarnos. Su presentación debe ser siempre precedida
por un auto-examen y humillación.
Nuestro Señor nos enseña a confirmar esta petición con un
argumento: “…así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” En primer
lugar, Cristo nos enseña a argumentar desde una disposición similar en nosotros
mismos: cualquier bien que haya en nosotros debe estar primero en Dios, porque
él es la suma de toda excelencia; si, luego, una disposición amable ha sido
plantada en nuestros corazones por Su Espíritu Santo, la misma debe ser hallada
en Él. En segundo lugar, hemos de razonar con Dios de lo menor a lo mayor: si
nosotros, que no tenemos sino una gota de misericordia, podemos perdonar las
ofensas que se nos han hecho, seguramente Dios, que es un verdadero océano de
misericordia, nos perdonará. En tercer lugar, debemos argumentar desde la
condición de aquellos que pueden esperar perdón: somos pecadores que, a partir
de un sentido de la misericordia de Dios para nosotros, están dispuestas a
mostrar misericordia a los demás; por lo tanto, moralmente estamos cualificados
para más misericordia, dado que no hemos abusado de la misericordia que ya hemos
recibido. Quienes orarían correctamente a Dios para obtener el perdón deben
perdonar a aquellos que les han hecho lo malo. José (Gen. 50:14) Y Esteban
(Hechos 7:60) son ejemplos visibles. Tenemos que orar mucho para que Dios quite
toda amargura y malicia de nuestros corazones contra aquellos que nos han hecho
mal. Pero perdonar a nuestros deudores no excluye que los reprendamos, y,
cuando están en juego intereses públicos, hacer que sean enjuiciados. Es mi
obligación entregar un ladrón a un policía, o acudir a la ley contra uno que
era capaz pero que se rehusó a pagarme (Rom. 13:1). Si una persona es culpable de un delito y no lo
reporto, luego, me convierto en cómplice de ese crimen. Por lo tanto, demuestro
una falta de amor por él y por la sociedad (Lev. 19:17, 18).
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